Era un día de invierno de diciembre en que el frío y la nieve dominaban el ambiente. Los viandantes caminaban por las calles muy abrigados con prendas diversas y portando bolsas que lucían coloristas logotipos de los diferentes comercios en los que habían intentado satisfacer, algunos sus necesidades básicas pero muchos otros ese consumismo que en período navideño parece manifestarse más . Todos van aprisa, buscan llegar al refugio de sus respectivos hogares para contar con la temperatura perfecta y vencer el frío que inunda calles y avenidas ; pero, amigos, la mayoría aunque la calefacción de su domicilio la eleven en un máximo de grados no lograrán adquirir el equilibrio térmico que consiga darles empatía emocional. Entre aquella multitud fijaremos nuestra mirada en una pareja que como otros tantos llevan compras, esos regalos que intercambiarán por otros similares con sus seres queridos. De la mano de sus progenitores va una niña que no supera los seis o siete años de edad. Al llegar a una encrucijada de calles la pequeña tirando de su manita hace detener a sus padres . Estos creyendo que es para que observen alguna de las luces navideñas que brillan con intensidad a esas horas del atardecer le dicen:
– ¿” Te atrae y gusta alguna de estas luces más que las otras que has visto?”
La niña, acercándose más a ellos, les susurra en voz baja:
– “No, papás, se trata de otra. Mirad a ese pobre que está sentado ahí en esos escalones envuelto en cartones. Se va a helar de frío en esta terrible noche de invierno”
Soltándose del brazo paternal avanza hacia el desconocido mientras los padres le gritan:
– ¡” Ven, hija, vuelve, es un mendigo!”
La niña al llegar junto al vagabundo le pregunta:
– “¿Señor, no tiene una casa para pasar el invierno?”
El indigente no habla, está tan aterido que no puede pronunciar palabra , pero en su mirada percibe la chica la luz del humano sol que está en el ocaso vital. Al acercarse su padre le dice:
– “Lo llevamos a casa con nosotros. Es Navidad y este hombre necesita ayuda”
Los progenitores dicen:
– “En casa no tenemos sitio para desconocidos”.
La muchachita les contesta:
-“¡Vaya, qué pena como es invierno se cierran todas las puertas para que no entre el frío de la pobreza a calentarse en nuestra chimenea!. Ojalá este hombre sea el mismo Papá Noel y mañana entre por nuestra chimenea, pero yo no me muevo de aquí si no le ayudamos.”
El padre metió la mano en su bolsillo y sacando unas monedas las depósito en un platillo que tenía vacío el indigente. La hija levantando el tono de voz un poco dice:
– “Eso no basta. Quítate tu buen abrigo y dáselo. Cuando lleguemos a nuestra vivienda tienes el armario repleto de ejemplares como este o mejores.”
Comprendiendo la situación del necesitado se despojó de aquella prenda y la colocó delicadamente sobre sus pies. Ni gracias podía dar el inope, pero se llevó sus manos al corazón y de sus ojos se derramaron lágrimas de agradecimiento. Una vez realizada esta obra de caridad prosiguieron hacia su casa no sin volver más de una vez la pequeña la vista hacia donde quedaba aquel pobre. Llegaron al hogar y nada hablaron de lo que vieron en la calle pero la niña antes de dormirse pensó que mañana cuando volviera del colegio iría para ver si había recibido más ayuda el necesitado. Aquel día la llevaría al colegio su abuelo a quien le contaría lo vivido. Cuando regresaba con el anciano del cole al llegar a aquel sitio vio sorprendida que no estaba y pensó:
– “Se habrá derretido como un copo de blanca nieve con el sol de la solidaridad de otras personas.”
Pidió al abuelo acercarse y allí solamente quedaba un papel que cuando lo recogió leyó lo siguiente:
– “El invierno, querida niña, delata las obras de solidaridad o discriminación social . La pobreza existe en todas las estaciones pero en el invierno se perciben mejor porque como el sol del mundo no brilla con intensidad solamente existe el calor humano que desprenden los corazones cooperantes. Me alegra mucho saber que los sentimientos no están congelados como me demostró tu persona.”
El abuelo le ordena:
“No cojas papeles del suelo ¿ Por qué lees con tanta atención eso que has encontrado ?”
Ella le dice abrazándolo por la cintura:
– “Abuelito , es un mensaje del invierno más frío, el de la pobreza.”
El anciano sonrió encogiéndose de hombros y le aconseja:
-“Abrígate, cielo, vaya ser que los besos del heraldo del invierno, este viento polar, te acatarren .”
La pequeñina chapotea enrabietada con sus botitas en un pequeño charco que encuentra en la calle como quien intenta hacer añicos el helado cristal de agua y grita:
-“! Ningún invierno puede convertir los corazones en heleros deshumanizados.”!
El aire del norte arreció , el viejecito y la niña abrocharon sus respectivos abrigos, parecía que ese viento invernal los iba a elevar del suelo y entonces se oyó una eólica voz que decía:
– “No temáis, este planeta os necesita, pues solamente calientan al errante invierno de la indigencia los corazones nuevos y puros, los de la infancia, y los que están llenos de experiencias sabias, la ancianidad.”
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