El narcotráfico en Cádiz: la herida que sangra por dentro


 
En la provincia de Cádiz el narcotráfico ya no es solo un negocio, es una herida social que se ha ido abriendo, año tras año, en silencio y a la vista de todos. Lo más doloroso no es solo la droga que entra por el Estrecho… sino las vidas que se van perdiendo por el camino: chavales de 18, de 16… incluso menores que aún no saben quiénes son y ya están metidos en un juego que no perdona.
Muchos de estos jóvenes nacen en barrios castigados por la falta de oportunidades, donde la palabra futuro a veces suena a broma pesada. No hay trabajo, no hay alternativas reales, no hay inversión suficiente en educación ni en proyectos que de verdad ilusionen. Viven rodeados de pobreza heredada, de padres sin empleo, de casas húmedas, de frustraciones que se transmiten como un eco triste de generación en generación.
Eso no los justifica, claro que no, nunca serán justificados.
Pero explica por qué un chaval mira su vida paralizada… y luego mira a un narco que a los 20 ya tiene coche, dinero y respeto, aunque sea respeto sucio. El narcotráfico se aprovecha de esa miseria emocional y económica: te enganchan con 50 euros por un recado, luego con 200 por ser “aguador”, y cuando te das cuenta ya estás dentro del engranaje. Salir cuesta años… o cuesta la vida.
No es que los jóvenes de Cádiz sean malos.
Es que están abandonados.
Y el abandono es el mejor reclutador que tiene la droga.
Pero hay otra parte más oscura, más profunda, de la que pocos quieren hablar: el dinero sucio compra silencio. Compra voluntades. Compra puertas abiertas donde debería haber muros. Y esa es la otra cara del problema: el narcotráfico no solo corrompe a los chavales… también mancha instituciones que deberían protegernos.
Hay guardias que miran para otro lado.
Hay jueces que parecen tener la vista cansada.
Hay funcionarios que saben demasiado… pero hablan muy poco.
No son todos, por supuesto, pero bastan unos pocos para pudrir el sistema desde dentro. Porque el dinero del narco no solo entra por las playas ni por el puerto: entra por despachos, por comisarías, por oficinas judiciales… y cuando el Estado se vuelve poroso, el narco se vuelve poderoso.
¿Cómo vamos a exigirle a un chaval que elija el camino correcto, si el propio camino correcto a veces está lleno de sombras compradas?
Para combatir el narcotráfico no basta con incautar lanchas, hay que incautarle al dinero sucio el poder que tiene sobre las instituciones.
Hay que blindar la justicia, limpiar los cuerpos de seguridad, proteger a los que sí cumplen y expulsar a los que venden su placa o su toga por un sobre.
Porque la droga mata, sí.
Pero antes de matar cuerpos, mata futuros.
Y antes de matar futuros, mata la confianza en un sistema que debería defendernos.

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