El pernicioso veneno del rencor


 

Es comprensible que unos y otros expresen su indignación por los abusos que, a sus juicios, cometen los adversarios, pero sería más saludable para el funcionamiento democrático que unos y otros examinaran esas reacciones tan “naturales” que, en el fondo, esconden unos gérmenes patógenos parecidos a los que anidan en los “perversos” gritos que se lanzan desde las bancadas de enfrente. No se trata de fomentar un ingenuo buenismo ni una acrítica tolerancia, sino de evitar que, con la mejor intención, unos y otros intenten apagar el fuego con gasolina. Es moralmente reprobable –aunque psicológicamente comprensible- que el motor impulsor de la indignación sea el odio incontenible y el rencor envenenado.

Y lo peor, a mi juicio, es que ese odio venenoso es un virus contagioso que -difícil de controlar e imposible de disimular- a veces lo alimentan los mensajes que, de manera burda o sutil, lanzan quienes profesionalmente deberían colaborar en la construcción de un modelo de ciudadano más digno y de una sociedad más humana. El rencor, como todos sabemos, nubla la vista, ofusca la razón, carcome los sentimientos más nobles, desacredita al sujeto que lo alberga y devora a la sociedad que lo sustenta.

Suele ser el fruto podrido de unos gérmenes que, plantados en una tierra propicia, se han regado con las turbias aguas del resentimiento. Resulta doloroso comprobar cómo los líderes políticos de diferentes signos ideológicos, con la intención de que sean más eficaces sus consignas, cargan sus propuestas e impulsan sus decisiones con la pólvora mortal del rencor, una fuerza que amplía hasta el infinito el diámetro de sus ondas expansivas gracias a las ayudas de los medios de comunicación.

En mi opinión los seres que alimentan el rencor constituyen un peligro para las instituciones en las que están integrados, profanan las causas que defienden y manchan el prestigio de sus respectivas ideologías porque debilitan las razones y los argumentos en los que se apoyan y acrecientan los problemas que pretenden resolver. El rencor es un viento incontrolable que levanta tempestades y hace zozobrar las barcas en la que juntos navegamos. Por eso deberíamos abrir algunas ranuras para evitar que, cuando se supere el nivel de presión, explotemos y que los sentimientos -convertidos en metrallas- salten por los aires e impacten en el rostro de todos los que nos rodean.

 

 

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