El padre Paco, como él prefería que lo llamáramos, con su sencillez, a pesar de sus asumidas fragilidades y dependencias o quizás precisamente por ellas, era un sacerdote y un creyente que estaba dotado de una notable habilidad para colorear los tiempos oscuros y los espacios grises. Todos los que lo hemos tratado en sus diferentes labores pastorales en Cantarrana, Medina Sidonia, Paterna, El Colorado y en Puente Mayorga estamos de acuerdo al señalar que, por encima de todas sus cualidades y limitaciones, destacaba por el vigor con el que encaraba las dificultades de la vida, la fortaleza con la que afrontaba las adversidades y la firmeza con la que defendía sus hondas convicciones.
En varias conversaciones me animaba para que me despojara de poses ridículas, de fórmulas estereotipadas, de posturas artificiales que, máscaras inútiles, ocultan o disimulan nuestra radical pequeñez. “Tenemos -repetía- que confiar en el amor misericordioso de nuestro Padre que está en el cielo y en la tierra, en las iglesias, en las calles, en nuestras casas y en el fondo de nuestro corazón”, y explicaba aquella frase del Evangelio: “Él se revela, no tanto a los sabios y a los entendidos, sino a la gente sencilla”.
Estaba convencido de que la oración sólo es cristiana si es una conversación con el Padre nuestro, con el Dios de Jesús, el “Dios de los pobres”, el defensor de los desvalidos, el que se ha encarnado para “buscar y para salvar lo que estaba perdido”. Por eso nos animaba para que rezáramos repitiendo insistentemente eso de “Padre Nuestro. Se nos ha muerto una buena persona que nos ha dado una lección de profunda humanidad y de sencillez y de humildad. Que descanse en Paz.
Noticias de la Villa y su empresa editora Publimarkplus, S.L., no se hacen responsables de las opiniones realizadas por sus colaboradores, ni tiene porqué compartirlas necesariamente.
Etiquetas: