Acabo de recibir la noticia del fallecimiento de este hombre bueno, generoso y atento, que ha compartido su vida con nosotros como pastor, como seguidor de Jesús de Nazaret, en nuestra Diócesis de Cádiz y Ceuta durante más de veinte años, sucesivamente, en Facinas, Tahivilla y Bolonia, El Saladillo, Algeciras, San Paulino de Barbate y como arcipreste de la Janda. En tres ocasiones disfruté de sus agudos y oportunos análisis sobre la importancia “pastoral” de la conversación, ese “género” que es el principal cauce de las actividades pedagógicas, terapéuticas y pastorales. “¡Qué difícil es –fueron sus palabras de saludo- charlar sobre las cuestiones importantes de la vida!”. Intercambiamos ideas sobre las raíces hondas de la “incompetencia” de algunos profesionales de la palabra -profesores, médicos, políticos, abogados y sacerdotes-, para escuchar atentamente a los demás y, por lo tanto, para comprenderlos, acompañarlos, ayudarlos y servirlos.
Su palabras, medidas y claras, constituyeron una lúcida muestra de la visión original y profundamente evangélica de la acción pastoral. Me explicó cómo –a su juicio- la conversación es un encuentro en el que damos y recibimos, escuchamos y hablamos, intercambiamos experiencias en un plano de igualdad y situados todos en el mismo nivel. “Es imposible conversar –me dijo textualmente- con quien está encaramado encima de una tarima, de una cátedra o de un púlpito”.
Desde entonces he seguido, con respeto, atención y gratitud, sus palabras medidas, sus gestos sobrios y sus actitudes discretas. Su permanente disposición de escucha me ha animado para que me despojara de esas poses ridículas, fórmulas estereotipadas y posturas artificiales que, máscaras inútiles, ocultan o disimulan nuestra radical pequeñez. “Tenemos -repetía- que confiar en el amor misericordioso de nuestro Padre que está en el cielo y en la tierra, en las iglesias, en las calles, en nuestras casas y en el fondo de nuestro corazón”. Y es que, efectivamente, como él explicaba: “Jesús se revela, no tanto a los sabios y a los entendidos, sino a la gente sencilla”. Gracias, querido hermano José María, por haberme explicado la importancia de la conversación como senda para conocernos a nosotros mismos y como ocasión para contrastar nuestra visión de la realidad con las personas próximas, y, sobre todo, como cauce privilegiado de la acción pastoral en un clima de cordialidad. Descansa en paz.
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