Gely Ariza
Cuentan que las flores de papel, en particular la que imita a la flor del pensamiento, se colocan encima de una persona que está dormida y éstas harán que cuando se despierte, se enamore de quién encuentre.
Mientras duerme, rememora con sosiego todo lo que ha vivido y así su interior ablanda los roces, agranda los cariños y troncha los rencores.
No siempre se produce el efecto mágico pues es posible que no estuviera dormida del todo o que su conciencia no le permitiese sostener las flores. No es el caso.
Así, entre pétalos y papeles transcurrían las horas mientras desde el cierro de la sala que da a la calle de La Plata, se veía quién se acercaba a la tertulia o a la cocina, al olor de los roscos o croquetas o a recoger estampas de santos o a vender unas tagarninas…
María está pintando, María está escribiendo, María está planchando las casullas, María prepara almanaques, María riega en la azotea, María…. María, ya ha salido corriendo. María, no sabemos dónde ha ido… ¡Pero si son las tres o las seis o las dos o las ocho! ¿Quién dijo tener reloj o móvil a quién tiene que regalar tiempo y escucha?
Alrededor, todos saboreábamos esta vida cotidiana que ya se nos marchó.
Hemos parado de hacer flores porque decía que no las quería, aunque algunas nos faltan: pensamientos. El viento, al que nunca tuvo miedo, se los acercó. Ella duerme y reposa. Así que, contaremos con el efecto mágico. Cuando despierte, podrá hacer realidad su sueño. Vivió haciéndonos flores hasta donde no las había y quedaban sólo espinas. Y ahora, despertará donde quiso. Aunque para ello, no vuelvan algunas de las flores. De ahí, nuestras lágrimas. De ahí, su felicidad.
Descansa en paz.
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