Día Mundial del Medio Ambiente

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Todos los cinco de junio se celebra y conmemora en todos los países el Día Mundial del Medio Ambiente. Un evento consagrado por la Conferencia de Naciones Unidas (ONU) sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo – Suiza ( 1972 ), en la que por primera vez se trataron las cuestiones ambientales a nivel internacional. Desde entonces funciona el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente – Pnuma, que informa e impulsa proyectos ambientales de concienciación y defensa medio ambiental a nivel mundial. Además cada año se escoge un país anfitrión para la celebración de este día tan crucial, resultando este año escogida la pequeña Isla de Barbados, por ser ejemplo en los usos alternativos de la energía solar y su encarnizada lucha contra el cambio climático. No nos puede extrañar esta elección, ya que los países y territorios insulares, por su carácter endémico y su aislamiento físico, son un ejemplo paradigmático de la fragilidad de los hábitats y biodiversidad, a escala planetaria.

El objetivo del Pnuma con esta celebración – la mayor a nivel mundial centrada en el medioambiente – es lograr que “todos nos demos cuenta, no sólo de nuestra responsabilidad en el cuidado de la Tierra, sino también que todos podemos convertirnos en actores del cambio”. La cuestión principal es que todos debemos cambiar para evitar ese cambio climático, imparable y desastroso para nuestra economía y sociedad, lesivo para todas las formas de vida y ecosistemas de las tierras emergidas.

Las destrucciones de ecosistemas tan valiosos como las selvas, los bosques de manglares costeros, las barreras de corales, las praderas de fanerógamas marinas o los bosques primarios o vírgenes en todos los rincones de este mundo, están provocando un efecto dominó de problemas que no sólo se quedan en el avance inevitable de la desertización y desertificación global. La contaminación a todos los niveles y en todos los medios, está poniendo en jaque la vida de todos los microorganismos y metazoos, desde los más gigantes a los más microscópicos. Nuestra destrucción, consciente o no, no tienen parangón en la historia de las extinciones masivas de la Tierra. Nunca ningún organismo, en un tiempo tan corto respecto al tiempo geológico, ha hecho más daño a si mismo y al resto de seres. Nuestro estilo global y destructor de vida va a terminar pasándonos una desagradable factura. La dependiente de los combustibles fósiles y el poder del dinero, hacen que sigamos generando basuras y residuos, que se acumulan sin degradarse, junto a nuestras ambiciones de Ícaro. Seguimos explotando y contaminando todos los ambientes, mientras que la capa de ozono se rasga sobre nuestras cabezas , el melanoma amenaza nuestra desnuda piel y se vende una partida de centenares de atunes yellowfin en la lonja de Tokio, sólo con avistarlos desde un helicóptero, aún antes de pescarlos. No existe rincón donde esconderse de este homo sapiens. La tecnología y la vida a nuestro servicio.

El mono desnudo, ese que – como dice Desmond Morris – cuenta con el mayor cerebro y pene entre los primates, sigue obstinado en destruir todo lo que quiere y le sirve. Desde le hombre recolector no hemos hecho nada más que arrasar, sin aprender de nuestros errores. Este siglo es obvio que va a ser el punto de inflexión en lo concerniente a todos los problemas relacionados con el medio ambiente, la biodiversidad, los recursos naturales, el agua o el cambio climático. Un cambio del clima que parecía de ciencia ficción, pero que ya está mostrando su peor cara en forma de sequías, tornados, inundaciones, alteración estacional, migraciones humanas y animales masivas, deshielos de casquetes polares y glaciares o la temida subida del nivel del mar a nivel mundial.

Al final de este siglo – sino antes – se terminarán hundiendo en el Pacífico las 33 islas del archipiélago de Kiribati. Es el primer país damnificado por el cambio climático; como muchos de sus habitantes dicen, “todo lo que se necesita es una ola”. La lista de especies animales y vegetales que desaparecen por día es escandalosa; hemos colmado ríos y hecho desaparecer todo un mar como el de Aral; estamos matando poco a poco los arrecifes coralinos y con ellos un universo de vida; las basuras nos invaden por tierra y mar; los elementos tóxicos y metales pesados invaden todos los confines e intestinos, desde el tubo de escape de tu coche hasta la Antártida. Dónde están los arroyos limpios en los que reflejarse, los campos sin vallas donde correr y respirar. Que vamos a hacer con tanta culpa sobre los hombros, con toda esta polución inerte en los pulmones y el entorno, con esta extinción masiva de especies y rapiña descontrolada que nos precede.

Mientras seguimos celebrando Cumbres de la Tierra estériles, sólo para hacerse la foto de rigor, mientras seguimos discutiendo a qué nivel de dióxido de carbono podemos llegar y “pagando por contaminar”, nuestro tiempo para solucionar esta chapuza se agota. Somos ya siete mil doscientos millones de almas en la tierra. Es obvio que nos enfrentamos al gran dilema: Cómo alimentar a tantos, cómo distribuir y conservar los recursos naturales, tan limitados, escasos y contaminados. Ya se están produciendo hambrunas y sequías sin precedentes, así como guerras por el agua potable. Sólo estamos ante la punta del iceberg de un serio problema, por encima de crisis, desempleo y regímenes políticos.

La Humanidad ya casi se ha quedado sin tiempo para abordar el cambio climático y todos los problemas ambientales que están sobre la mesa. Los científicos han señalado que un aumento de la temperatura de dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales, colocará a la Tierra en un terreno peligroso y desconocido. Sin embargo, actualmente vamos camino de un aumento de cuatro grados o más. El cambio no es una opción, es una obligación. La educación y concienciación social, con un giro total en nuestro ritmo consumista y extractivo, podrán tal vez restablecer ese equilibrio biológico, tan agredido por nuestra conducta. Entonces quizás podremos retornar a esos paraísos olvidados, de los que nunca debimos salir.

“Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”. Pablo Neruda

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