Un Brindis al Sol

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

El verano deja paso al otoño, esa primavera que precede al invierno. La opacidad del cielo y la humedad reinante, pudren deliberadamente las algas que arrastraron las mareas vivas de la mayor luna llena del año. El reloj biológico alienta el crecimiento de los hongos parásitos, sobre los nobles troncos que en un tiempo fuertes se alzaron, surgiendo seres vacuos que hasta entonces parecían inertes, y a primera vista no mostraban vida. Es una época donde trepan por las lianas del poder raras flores y se marchitan las inconfesables ilusiones, a la par que crecen los carteles de fotos horrendas tanto como las mentiras y las venganzas. Es el tiempo nostálgico de las moribundas moscas, en el que, como decía Machado, “habrá que pararse a distinguir las voces de los ecos”.

Una estación otoñal que se presenta movida y espesa, de platos vacíos en Navidades, sin brotes verdes ni raíces vigorosas. Un tiempo que vaticina precampañas largas y colmillos afilados, inversiones comisionadas y primarias precocinadas. A los separatismos ibéricos habrá que unir los distanciamientos y odios pueblerinos. Que sorpresas inventadas llegarán en este tiempo que engalana de postales mi tierra, cuántos borregos se dejarán esquilar de nuevo. Mientras un servidor todavía se quita la arena de los pies, bajo el árbol de las hojas que ríen, el sol se despide de nuestras pieles y el aroma a salitre aún persiste en el ambiente. Somos pocos los que salimos sin paraguas a las calles y continuamos pensando palabras aún no inventadas, otros cogen la autovía directa y sin peaje, rumbo a la Ítaca de papel couche, a filosofar sobre la “partícula de Dios”, con el bolígrafo en la mano, haciendo quiméricas quinielas, que cuestan bastante caras. Parece ser que en este otoño calienta más el poder de las ambiciones que la fuerza grácil y cálida del astro rey.

El otoño es tiempo también para la reflexión, para el reciclaje, para las aventuras que nos llevan a un buen puerto, o nos dejan muerto en la cuneta de un mal camino. Aunque lo más preocupante de todo no es la meta, sino el recorrido, es no poder seguir con ilusión la senda o amarrar la barca ante el temporal, no seguir siendo uno mismo, perder la libertad en favor de un golpe de estado de opinión, al socaire de la voluntad impuesta por unos pocos. La incultura politizada y babosa se apresura a comprar voluntades, a pescar en ríos revueltos, plagados de necesidades. La desnuda realidad no perdona la diversidad de opiniones, el valor de un trabajo y la representación de muchos sectores que opinan y sienten como uno. Ya lo dijo bien claro Arturo Pérez Reverte: “España es un lugar con una larga enfermedad histórica que se manifiesta, sobre todo, en un devastador desprecio por la educación y la cultura, y una siniestra falta de respeto intelectual por quien no comparte la misma opinión”. A más de uno se le vendrá a la memoria ejemplos de soberbia e ignorancia personificadas.

Y la cuestión no es criticar por criticar, o fanfarronear y “lanzar brindis al sol”… no, la cuestión siempre es mucho más seria. Ahora se teje la tela de araña del juego “democrático e integrador”, que va a desembocar como pronto en las esperadas elecciones municipales. A las que llegarán unos con todos los avales del mundo y otros con todas las mentiras posibles. De todas las formas – y esto sí que es común para todos – siempre tendrán la última palabra los que se sientan en el tendido de sol, esos que, con más o menos dinero, con mejor o peor opinión, sudan a pleno sol, piensan y lo dicen. No soy taurino, porque amo demasiado la vida, pero permitan que les diga que siempre he toreado para esos del tendido de sol, que escribo y muero en la arena, para los que tienen callos en las manos y grandeza en el corazón. Por eso mis brindis – no les quepa la menor duda – nunca son faenas de cara a la galería, ni los hago para aquellos que no aprecian el arte propio, para los sabios del “toreo magistral” y el mangoneo, para los que matan por los aplausos espontáneos y nunca sudan a la sombra.

Habrá que seguir procurando arte sin tapujos, para los del tendido de sol, para los que saben lo que da de si uno. Después de todo, las mejores victorias no son los logros, sino los intentos, y ya lo dijo Napoleón: “Con audacia se puede intentar todo, mas no conseguirlo todo”. Déjenme ser como soy, un hombre trabajador que procura ser de bien y sin aristas. Como decía Pierre Brulat: “ Basta un instante para forjar un héroe, pero es preciso toda una vida para hacer un hombre de bien”. Yo, como tantas otras personas, nadamos en la mar gruesa en busca de mejores esperanzas, utópicas quizás, pero esperanzas. Dejar que me confunda, dejar que persista en mi discurso.

Mientras el valor espera; el miedo va a buscar, y así el tiempo dormirá hasta la próxima primavera, donde verán de nuevo la luz las mejores promesas, esas que cuentan historias para no dormir, esas que nunca se han de cumplir. Y en la palestra de los egos se discutirá sin descanso el valor de aquel o aquella, lo mal y bien que lo hiciste, quien la tiene más larga o quien es más valiente a la hora de hacerlo sin protección ni red, sin llegar a comprender que, como dijo Voltaire, “el verdadero valor consiste en saber sufrir”, y que quien nunca ha perdido, jamás sabrá que es ganar.

Mi discurso en el filo del cuchillo termina, arropado de hojas secas, de esas que anuncian la estación y se amontonan en los bosques de mi niñez, por cientos, por miles, como las ilusiones que ahora renacen y no mueren. Porque vivir es morir y renacer cada día, respirar profundo y sumergirse en las palabras tanto como en las lenguas, aquellas que te reconocen o insultan, para decir siempre a la cara lo que uno piensa, lo que a uno le de la gana, acertado o confundido. Ahora cojan el paraguas por si llueve y no se olviden del moribundo verano, y no dejen de brindar al sol, será al final lo único puro que nos quede, yo lo hago muy a menudo, ya me lo han dicho más de una vez… Va por todos ustedes.

“… Pero el hombre no está hecho para la derrota… Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado” – Ernest Hemingway, “ El Viejo y el Mar ”.

 

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