España: Descomposición y Corrupción Sistémica

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Ángel Tomás Herrera | Licenciado en Derecho

Como decía Frank Herbert, “la corrupción lleva infinitos disfraces”, y tenía más razón que un santo el escritor estadounidense. España hoy se ha convertido en un nido de ratas y corruptos, un disfraz a medida de pusilánimes con poder y cuenta corriente en el extranjero, que no tiene parangón en nuestra reciente Historia. No hay una mañana que nos despertemos sin que nos falte una nueva noticia, asqueante y vergonzosa, sobre corrupción y mangoneos varios. Los trepas que se amoldan a todo, que no tienen color político, principios o moral social, están convirtiendo nuestro país en un cuartel robado, en un “estado fallido” y sin futuro, sin división de poderes públicos, donde reina la hipocresía, la mentira, los sobres y el latrocinio generalizado.

Con el panorama que tenemos, es lógico que los ciudadanos de a pie busquen alternativas políticas ante la degradación de la figura política y la inoperancia de los gobiernos. Ya lo he dicho cientos de veces, España está inmersa en una crisis crónica que va a tardar en desaparecer y que se está llevando por delante varias generaciones, las más preparadas que hemos tenido. No existe una luz en el futuro cercano. La crisis es institucional, pero también política, judicial, social, ambiental, económica y estructural. La mafia, como ha ocurrido en otros estados como el italiano, parece que ha llenado el hueco institucional y maneja los hilos políticos y empresariales, el círculo de poder.

Cientos de casos, que afectan a todos los partidos con su cota de poder, llenan la crónica diaria de noticias. Y a ello no ayuda el tener un gobierno corrupto y débil, al que le crecen los problemas de toda índole, y las consultas y pretensiones independentistas, que amenazan con la descomposición territorial del país. Los ciudadanos no creen en nada ni nadie, ni siquiera en la Justicia, tan politizada y manejada por el poder, que nos ha valido varias llamadas de atención por parte de la Comisión Europea. Nuestro país no es ejemplo para nadie y se está derrumbando. La corrupción no sólo afecta a los partidos políticos, sino que se extiende por cada resquicio de la vida pública y privada. Hemos heredado las ansias de protagonismo del reyezuelo, de la soberbia oligárquica y la cultura antidemocrática de la etapa franquista, que ahora toman cuerpo cual hongo, ramificándose en la pudrición social que nos rodea.

La erradicación de esta corruptela debería comenzar desde el ámbito local, que no se está investigando, cargo por cargo. Se está haciendo negocio de lo público con tratos de favor, prevaricaciones encubiertas y comisiones estratégicas, mientras que el pueblo no levanta cabeza gracias a un incremento galopante del desempleo y la miseria. Estamos gobernados por una generación de mediocres y cargos públicos vividores, que sólo saben mirarse al ombligo y la cartera, a la vez que se les llena la boca de mentiras y promesas para no cumplir, al precio que sea. Padecemos, pues, una corrupción que no es sólo vertical, horizontal, transversal, global, general e institucional, sino sobre todo sistémica. Hemos reformulado la picaresca clásica, de las primitivas tribulaciones de dómines, lazarillos y buscones hemos pasado al saqueo bien organizado de las arcas estatales, autonómicas, provinciales o municipales, sin hacer ascos a los dineros que puedan venir de la Unión Europea. Han prostituido todo, no queda una asociación o colectivo humano que no esté ausente de comisarios políticos y pretensiones bastardas. Sus babas cuelgan de todas las políticas sociales, al igual que sus recortes premeditados han coartado nuestros derechos. No existen escrúpulos porque estos personajes carecen de los mismos.

La corruptela ha puesto de moda ese neologismo “sistémico”, que el Diccionario de la RAE define como “perteneciente o relativo a la totalidad de un sistema”. La patología de nuestro “sistema democrático” es de severa gravedad y los casos de corrupción se cuentan por cientos, se entrelazan cual enredadera o planta trepadora. Y eso que no hemos destapado ni la punta del iceberg. Si se tuviese un par y se investigasen los casos localistas y cortijeros, más difíciles de ver porque los tenemos frente a nuestras narices y se mezclan sangres e intereses, a buen seguro darían para una larga crónica del choriceo y la mafia organizada.

Y lo peor de todo es que la mierda que genera toda esta corrupción necesita de muchas moscas e intermediarios. Como decía el juez Elpidio José Silva: “la corrupción sistémica requiere la leve colaboración de miles de funcionarios. Incontables rutinas e insignificancias desviadas: Impunidad”. Sólo tiene uno que hacer cualquier gestión documental, levantar la voz contra cualquier aforado de Alí Babá o interponer demanda o denuncia que toque, aunque sea de forma indirecta, a cualquiera de estos políticos y mafiosos, para comprobar sobre sus carnes la dilación del procedimiento sin explicación, la inejecución de fallos judiciales, la fuerza de ciertas llamadas telefónicas y los desistimientos sin justificación legal o fáctica. Los carnets del partido, lo mismo te joden la vida, como abren todas las cajas fuertes y doblegan voluntades. Existen “transparencias” que nadie entiende, decisiones que a todos dañan y silencios que se pagan incluso con la vida.

La avalancha de la corrupción arroja por el momento casi 500 imputados, 81 condenados y 23 en prisión, aunque saldrán más. El surtido de charcutería ibérica es amplio, no tiene fin, y lo peor que nos puede pasar es que veamos normal toda esta desvergüenza oficial, esta corruptela sistémica que ha descompuesto nuestras vidas y las han englobado en una inmensa bosta, sobre la que se alimentan gran parte de nuestros políticos de turno, empresarios corruptos y corruptores, y que lo mismo alcanza al concejal de pueblo que a la familia real. Y mientras el pueblo viviendo de subsidios y contenedores de basura. De la descomposición no se escapa nadie, su fétido olor llena nuestra ropa e impregna nuestras existencias. Sus raíces vigorosas han enmarañado todos los niveles con la contundencia lenta del hábito, y no nos quedará otra que cortar toda esta mala hierba de cuajo, con la destreza del cirujano y la honestidad ausente. Es la única opción que nos quedará a los convidados de piedra de esa inmensa cagada institucionalizada, antes que los extremismos y actitudes amenazantes ocupen la posición de estos mediocres, y se hagan protagonistas de la realidad pública, de una democracia herida de muerte, precisamente por aquéllos que tanto se les llena la boca nombrándola.

Hace falta un profundo cambio social, económico y político, que ponga a cada cual en su sitio y engendre la prosperidad, esperanza y alegría que nos falta hoy a todos los españoles, hastiados de tanta podredumbre e impunidad. El cambio deberá venir de la mano del empoderamiento del pueblo, y tendrá que ser tan sistémico y efectivo como lo es la organización y casta corrupta que nos gobierna. El daño es profundo y complejo.

«Algún día el yunque, cansado de ser yunque, pasará a ser martillo» Mijaíl A. Bakunin.

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