Franco, entre la Hechicería Bereber y el Esoterismo Cristiano

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Francisco Franco, el “Caudillo de España por la gracia de Dios”, el “Mesías de la redención cívica” según Wenceslao Fernández, siempre quiso mostrarse como el salvador de la nación y el catolicismo, el enemigo de la masonería, el comunismo y el sionismo, pero lo cierto es que el tiempo y la memoria histórica se han encargado de desvelar sus fechorías, sus creencias paganas, obsesiones y su carácter megalómano, que han hecho de él uno de los grandes genocidas y dictadores del siglo XX. Su golpe de estado fallido trajo a nuestro país guerra, retroceso, miseria, muerte y pensamiento único durante casi cuarenta años. Un personaje y una dictadura que podemos resumir en 485.000 exiliados, más de 500.000 muertos durante la Guerra Civil, 120.000 muertos por hambre y enfermedad en las cárceles, 50.000 fusilados y más de 8.500 personas asesinadas durante la posguerra, repartidas en cientos de fosas comunes, que hacen de España el segundo país en el mundo tras Camboya con mayor número de desaparecidos.

La historia negra y las funestas consecuencias que la figura de Franco acarrearon a España son bien conocidas, pero poco se conoce sobre las creencias que impulsaron muchas de sus actuaciones y pensamientos. Una de las facetas menos conocidas del dictador tiene que ver con su etapa en el norte de África y su coqueteo con las prácticas mágicas paganas y ancestrales de aquellos montañosos lares.

Al ahondar en la biografía del dictador Francisco Franco durante los años que permaneció combatiendo en el Norte de África, encontramos testimonios que hacen referencia a su afición por la magia y las predicciones adivinatorias de la hechicería bereber. El pueblo Amazigh o Bereber es uno de los más antiguos que existen. Posee una creencia ancestral en los genios, morabitos o santones, por los lugares santos o khaloas. Los adivinos y brujas forman parte de su cultura verbal y antigua, siendo los artífices de curas, predicciones y males de ojo, gozando de la capacidad adivinatoria y la opción de hablar con los muertos, discerniendo el porvenir que se dibuja entre Alá, Iblís y los djinns a través del sueño.

Parece ser que Franco era conocedor de toda esta magia y hechicería local, que fueron siempre comunes en ambos lados del Estrecho desde los tiempos de Melkart. Entre los adivinos bereberes que visitó el dictador destaca Mersida, que era el apodo por el que se conocía a Mercedes Roca, una bruja del Atlas marroquí, supuestamente hija de un oficial del ejército francés y una mujer bereber. Mersida era una rifeña de ojos claros y cabellos rubios, heredera de las ancestrales creencias y viejas habilidades adivinatorias que han marcado durante milenios la historia del Estrecho, desde la fundación del Heracleion gaditano hasta el morabito de Sidi Shamharush, que a pesar de estar muerto hace lustros, según los bereberes vive de día bajo la forma de perro negro y por la noche adopta apariencia humana.

De las visitas a su pitonisa particular Franco salió convencido sobre su “bendición divina” o barakah, algo que haría grabar en los antiguos duros, pero también a sangre y fuego sobre la piel de miles de españoles. Por sus andanzas africanas sabemos que conoció también a Corintio Haza, un judío comerciante, vidente y curandero afincado en Tánger, que se cuenta predijo el liderazgo de Franco en la sublevación militar, el estallido de la guerra o el diseño del famoso Vítor o Víctor, símbolo que fue adoptado como uno de los emblemas más reconocibles del franquismo.

Tras cruzar el Estrecho en julio de 1936 y expandir la guerra por todo el territorio peninsular, Franco se presentó como el abanderado del nacional catolicismo, aunque al parecer sus creencias en meigas gallegas y chowafas rifeñas persistieron, lo que le llevó a dejarse llevar por el esoterismo de videntes y religiosos patrios. Entre estos adivinos destacó la monja Ramona Llimargas, que dicen gozaba del don de la ubicuidad y se reunía muy habitualmente en el Pardo con el Caudillo, para contarle la buenaventura.

El interés por el ocultismo y la superstición, los complejos y el carácter desconfiando que tenía Franco, junto a la convicción de que estaba predestinado, le llevaron a buscar adivinos e interlocutores extrasensoriales que interpretaran y ratificaran sus sueños y mensajes “celestiales” a lo largo de su vida. Hoy que tanta polémica está suscitando su exhumación del Valle de los Caídos y la ubicación final de sus restos, que hay quienes recuerdan su faz criminal o quienes defienden su santificación, pocos son los que saben de sus miedos, supersticiones y aspiraciones volcadas en el más ancestral chamanismo.

El supuesto barakah de Franco al final resultó ser una auténtica maldición para el pueblo español, por eso desde la visión de los rituales chamánicos el lugar de reposo de su momia carece de importancia. Según las creencias bereberes, con tantas muertes a la espalda no existe reposo, y el destino final no es otro que el infierno; ese peregrinar eterno por las pedregosas y empinadas laderas del Atlas, transformado en una sombra fugaz o un maléfico djinn, allá donde silva el viento, a las puertas del Averno.

“Hemos creado al hombre de barro, de arcilla moldeable. Antes, del fuego ardiente habíamos creado a los genios” (Corán, 15, 26-27).

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