Hay a lo largo de nuestra existencia compañías de amigos que se alejan de nuestra convivencia por uno u otro motivo, pero vos, respetado vino, nunca de nuestro hogar marcháis porque sois imprescindible. Ninguna mesa puede estar en su centro sin una botella representante de vuestra persona, blanco, tinto, rosado … o de cualquier tipo sois necesarios para degustar alimentos. El descorche de su recipiente es el prólogo, el pistoletazo de salida para escanciándoos llenar las copas del “bouquet” enológico.
No se concibe un jardín sin flores ni una gastronomía sin el rey de la misma, pues eso sois vos, delicioso vino, majestad de las mesas por muy modestas que sean. Os rendimos pleitesía porque, a vos gracias, olvidamos los pesares de la vida y nos la dulcifica haciendo que saboreemos alegrías.
Sin vos, fruto de esas uvas que el sol madura y criado en las cubas a la sombra de la bodega, no tendría sentido vivir por eso no me importa embriagarme en vuestra enológica cordura para gozar en la tierra el mejor de los paraísos, el que bien saben apreciar los catadores de vuestra persona.
Vino, llegó y por siempre quedará con nosotros porque sin vuestra compañía toda reunión está carente de la mejor dicha, impregnarnos en el sabor de los sabores, el que proporcionáis el rey de la mesa.
Verdadera ambrosía de los dioses sois, por ello hasta en las ceremonias litúrgicas allí estáis vos, el que nació de la tierra, se crio en la bodega, murió en cualquier ventorrillo y resucitó en reunión festiva para salvar al mundo del peor de los pecados, no brindar con un vino.
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