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Adquirir destrezas y estudiar – ¿algo que ver?

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Trabajando con niños en apoyo al estudio, me doy cuenta de que muchos no están aprendiendo destrezas en la escuela. Y me pregunto: ¿Qué es lo que están haciendo todo el tiempo sentado en la clase?

Voy a indagar un poco en este asunto que una y otra vez me deja con la boca abierta. Y a veces, pero solo a veces, me hierve la sangre.

Si los niños, o adultos, han estudiado las fracciones y los números decimales, y no saben que 0,5 es lo mismo que 1/2 – ¿qué es lo que han aprendido? Si los niños, o adultos, han estudiado análisis sintáctico, pero no saben que un sustantivo son las palabras que suelen estar acompañados por un artículo – ¿qué es lo que han aprendido? Lógico que si no han aprendido en todos esos años de primaria y secundaria qué es un artículo, no sabrán diferenciar el pronombre “él” del artículo masculino “el”.

Mucha teoría se da en la escuela, ¿pero qué aprenden?

Sinceramente, cuando observo a los niños y adultos que se supone que han aprendido las cosas que han estudiado, no doy crédito. No entiendo cómo se puede enseñar francés, o inglés, sin aprender a pronunciarlo. ¿Qué sentido tiene saber conjugar los verbos, rellenar huecos, estudiar vocabulario, sin ser capaz de comunicarse después con una persona real que habla ese idioma? No entiendo qué es lo que pretendemos con la enseñanza si no comprobamos en todo momento, no solo en los exámenes, que los alumnos aprenden algo de verdad.

Es más, con los avances neurocientíficos de estos tiempos, sabemos que “no hay ningún cerebro igual”. Es decir, cada persona procesa las cosas de una manera distinta. Y sin embargo, se cree que un método plasmado en un “libro de texto” puede determinar cómo se enseña una materia. Un método para todos.

Enseñar es mucho más que facilitar un método. O bien, debería ser más. Para enseñar, debemos acompañar a la persona, niño o adulto. En ese acompañar, descubriríamos cómo procesa la información. El hecho de explicar algo tal como uno entiende, no quiere decir que la otra persona lo entienda. Dista mucho de ser el caso. Si queremos que haya un verdadero aprendizaje hemos de asegurar que nuestro alumno adquiera la destreza. Y si no la adquiere, nuestra tarea como enseñante sería investigar:¿Qué es lo que no entiende? ¿Cómo procesa la información? ¿Cómo puedo ayudarle?

A veces un pequeño “click”, el famoso momento “¡ajá!”, es la clave para que el alumno avance. Otras veces solo hay que dejarle que lo haga solo, a su manera, o explique el asunto con sus propias palabras. Todo esto nos sirve para investigar cómo funciona su cerebro y saber cómo fomentar su aprendizaje.

Tener interés en conocer a nuestros alumnos, aprendices o hijos para poder ayudarles en su aprendizaje sería un paso enorme. Sin embargo, en la enseñanza tal y como la conocemos estamos lejos de acercarnos a nuestros alumnos. Algo está fallando, y no entraré en detalles sobre qué es lo que está fallando. Mi intención hoy es invitaros a reflexionar. ¿Qué es lo que queremos que aprendan nuestros hijos? Y ¿qué es los que queremos aprender nosotros mismos, los adultos?

Porque vivir es aprender. Enseñar es aprender. Conocer es aprender. Y el aprendizaje de nuestros alumnos, aprendices o hijos puede ocurrir cuando los acompañamos en su camino.

“Quédate conmigo”, le diría a mi maestro, “no me abandones”.

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