Hola, ratoncito Pérez
No sé qué tratamiento daros, por ser culpable de una adicción que me dejó sin dentición. Esta carta no os la escribe un niño, aquella etapa quedó lejos de quien se halla en el lubricán vespertino del vivir. Ahora, cuando me faltan varios dientes, es cuando recuerdo aquel tiempo en que, dada la irreflexión propia de aquellos años, me mostraba pletórico y feliz cuando se me caía alguno, pues, al dejarlo bajo la almohada, a la mañana encontraría alguna moneda o billete. Espero que los dientes no se molestaran conmigo por venderlos así. Vuestro lugar de residencia debe ser una mansión llena de dientes, puede que sus sillares sean esas piezas .Hoy, que tanto los valoro y necesito, me arrepiento de haber obrado así con la dentición de leche al ver estos alveolos vacíos.
Ellos, los dientes, son los guardianes de la puerta de mi cuerpo, esta boca que tiene por cortinas esos labios quienes cuando se mueven en grandiosa sonrisa parecen ser cometa en el cielo del mundo. Labios que besaron y succionaron la placentera leche materna y cuando besan y son besados palpitan amorosamente; por ellos entra el aire de vida y sale, catapultado por la lengua, la simiente de paz y prosperidad, esas palabras que cuando germinan conforman espiga de trigo que da al mundo la mejor harina. Los dientes son candado de la boca, cuando se cierran dejan ver su inmaculada blancura y son rastrillo de la puerta del castillo de mi existir; desmenuzan y filtran haciendo digerible al necesario alimento. Esos cierres y custodios son centinelas que están sobre los adarves de las encías y, según su categoría, se clasifican de diferentes formas ( molares, incisivos…).
Hay quien se olvida de la labor de esos guardianes de nuestra fortaleza. Cuando así ocurre esos vigías son atacados por el sarro y otros invasores como la terrible caries. ! Pobres dientes, heridos de muerte! Por eso, Ratoncito, a esas piezas hemos de darles buen trato, esa higiene que merecen, pues los guardianes llamados dientes, los que creemos indestructibles, cuando están lesionados o llegan a ser víctimas, todo nuestro ser estará expuesto a múltiples peligros; por eso hay que solicitar ayuda al odontólogo para no quedar sin guardianes de nuestra salud. Sin esa dentaria tropa la boca estaría totalmente indefensa. Esos soldados en formación militar cumplen con su cometido, salvaguardar el organismo. Los olvidamos hasta que enferman.
Ratoncito Pérez, ahora entiendo porque usted gratificaba con unas monedas, entonces para mi valiosas, que invertía en caramelos y chuches que destrozarían a la nueva dentición. Usted se llevaba el marfil valioso de la infancia y me daba crematística dinamita para enviciarme en esos azúcares que hoy acabaron con mi dentición y me hacen además enfermo de diabetes. Quedé sin el oro de los dientes naturales y ahora tengo que buscar los postizos, en tanto usted sigue haciendo de las suyas, arrojando a la basura los dientes infantiles y enviciando a los niños en el consumo de esos azucares que llenan la boca de amarga dulzura que perfora a nuestra valiosa dentadura. Pero, ratoncito, la fantasía no tiene la culpa, inculpemos a una sociedad que no educa a pequeños en hábitos saludables para sus bocas.
Por favor, ningún niño diga: “Deseo comprar chuches con el dinero que me ha dado el Ratoncito Pérez”
Quede usted en el olvido y, por favor progenitores, cierren las puertas a quien tanto daña.
Esta carta está fechada en el tiempo que para mí no volverá. Si mi boca ya no tiene salud por culpa del roedor que me devoró mis dientes quiero que este mensaje sea un aviso y le ruego a usted, Ratoncito, se jubile, con ello, los niños de hoy y mañana gozarán de una dentadura sana. No contamine con ambición materialista a los pequeños y deje que el aliento de sus bocas sea proyección de esa salud que salvaguarda una dentadura sana. Hagamos a los niños libres de golosas adicciones
Besemos la vida. Apartemos de nuestra boca el nombre de personajes como vos que nos ofrece caramelos que más tarde son veneno dental. La cortina de las ilusiones la tiene que apartar la luz de la realidad.
Fdo. Niño adulto
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