Hace unos años, en enero de 2020, estuve con Andrés Mateo dando un paseo por la casa-cueva en la que se había criado de pequeño. Una roca ahuecada, realmente un abrigo lítico, de 4×2 metros de superficie y cerrada con una pared de ladrillo. Algo muy elemental. La cueva se encuentra en la finca El Palancar, del Ayuntamiento de Los Barrios. Allí vivió desde los cinco años junto a sus padres y tres hermanos. Desde 1955 a 1962. Estando allí, nació un cuarto hermano.
Junto a la cueva, construyeron un chozo donde hacían de comer. Tenían huerto, gallinas, cabras y vacas. El agua la traían diariamente de una fuente situada a unos 200 metros de la casa.
Resulta asombroso contemplar las condiciones tan adversas en que vivían: sin agua corriente, sin luz y sin muchas otras comodidades básicas. Sin embargo, llama la atención que Andrés recordaba esos años como muy felices. Esto es algo común a la gente que se crio en el campo en aquella época. Lo he visto también en los habitantes de la Aldea de Cucarrete que fue abandonada en 1968. Las personas mayores que se criaron allí, te cuentan con gran satisfacción cómo fueron sus años en la aldea.
Posiblemente hemos sido testigos del mayor avance de la historia de la humanidad en bienestar material en un tiempo récord. Todavía viven las personas que se criaron en el campo en unas condiciones muy distintas a las actuales. Y creo que tienen un denominador común: recordar aquellos tiempos como muy felices.
Había un buen ambiente de vecindad. De hecho, gran parte de los recursos se compartían. Los niños iban a clase en una escuela rudimentaria que estaba cerca de las casas-cueva y a donde venía un maestro que pagaban entre todas las familias. Las clases se daban de 9 a 12 de la mañana. El resto del día los niños ayudaban en las tareas de la casa y del campo, además de jugar.
Allí mismo se llegaron a utilizar tres casas-cueva. Su padre era cabrero. Hizo el horno que todavía podemos ver en buen estado. Esta casa-cueva tenía una puerta de madera de “categoría” como nos contaba él.
Andrés consideraba cómoda la casa-cueva, sobre todo por la temperatura: fresca en verano y menos fría en invierno. Incluso considera que vivió como un “señorito”. Nunca pasaron hambre, ni siquiera la dura época de la posguerra. Vendían lo que producían, pero los mejores productos (chivos, cochinos, verduras, huevos), se los comían ellos.
Hoy día podemos pensar que estas personas vivían aisladas, pero nada más lejos de la realidad. El campo lo habitaban muchas familias que además parece que mantenían un buen nivel de convivencia.
Para mí resultó muy enriquecedora y digna de ser compartida la entrevista a una persona que ha vivido un cambio social tan extraordinario y agradezco a Cibeles Fernández, historiadora, que documentase para el Ayuntamiento de Los Barrios esta realidad.
Esto se acaba de publicar en la revista Almoraima nº 60. Se puede encontrar en el siguiente enlace: https://institutoecg.es/wp-content/uploads/2024/04/Casas-cuevas-Briones.pdf
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