DESDE MI ALDEA

Cuando llega el otoño

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Cuando llega el otoño, por lo menos antes que influyéramos tanto en las estaciones, el olor ocre de jardines mojados se mezclaba con el picón y el dulzor a boniatos asados que se escapaba por los postigos abiertos de las casas habitadas por familias sin wifi. Eran años donde el pan se tostaba por que se ponía duro, donde las rebanadas estaban huérfanas de aguacates y el café no soportaba el debate de ser acompañados por leche sin lactosa, de soja o avena.

Aún retumban en mis oídos las voces de mi madre dando por zanjada una jornada más de pistoleros, curriquiqui o memblis, y la posterior inspección de rodillas y codos cubiertos con parches de skay. A veces, del estado de estas protecciones de prendas heredadas de hermanos, dependía el horario de ir a la cama; un descocido o un siete aceleraban ir al catre y a dejar vacío el tazón de leche migada sin poder saludar al padre sujeto a horarios interminables.

Y dirán ustedes… ¡eso no era vida!, pues se equivocan. A pesar de las carencias, a pesar de la dureza de no estar acompañados de tantas máquinas que nos facilitan el día y nos dan el tiempo libre para terrazas, escaparates o, simplemente para perderlo, a pesar de todo ello… éramos felices. La felicidad podía venir vestida de cualquier forma, un colacao con bizcocho en tu cumpleaños, una escopeta de caña hecha por el abuelo, un roce en el banco con la dueña de las coletas que batían el aire del paseo o una cena de navidad donde se respondía a lo que hoy comemos a diario.

Los olores, siempre los olores. Los recuerdos están pincelados de colores pastel, alumbrados de noches de verano sentados al fresco, moldeados por manos encallecidas de trabajos sin automatismos y embarnizados de cal y jabón Lagarto. Pero son los olores los que acuden a mí con mayor fluidez cuando doy un paseo por el tiempo; aromas de primavera de azahar y huertas, aire impregnado de salitre en las tardes de estío, polvo de tiza blanqueando el otoño alumbrado de palomitas a los difuntos y el picón e incienso aromatizando los meses grises de tejados mojados y plomillos fundidos.

Hoy el olfato ha dejado de relacionar las estaciones con lo natural. Podemos tener un aparato que igual refresca la casa que nos la calienta y no huele a nada. Hoy las pizarras son digitales y no hay borradores que limpiar en la ventana. Hoy hay jardines donde murieron las huertas y el azahar viene embazado para la repostería. Hoy las tejas mojadas adornan chalets de lujo y las calles del pueblo huelen a todo menos a mojado. Hoy el olfato se ha adaptado a los olores a la carta, pero tanta abundancia de aromas nunca podrá emular nuestro paseo por los recuerdos.

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