EN ROJO Y NEGRO

De Plauto a Fernán Gomes, el esclavo feliz

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“Que feliz es ser esclavo cuando se es un esclavo feliz”. Palestrón, el esclavo, en la obra Miles Gloriosus de Plauto (202 a. Cristo).

¿Contradictoria frase? Según la opinión general actual los conceptos -esclavitud y felicidad- se suponen antagónicos. ¿Será posible que no lo fuesen? Para que una persona pueda experimentar la felicidad, en la condición de esclavitud, se precisaría al menos una de estas dos opciones: a) Siéndolo no se es consciente de ser esclavo; b) o la conciencia de la esclavitud no es problema alguno, incluso puede antojarse una situación muy deseable. Si tener conciencia de ser esclavo causa dolor, es una situación no deseada por quien la padece y causa infelicidad, en la primera opción, la falta de conciencia de estar esclavizada, explicaría la ausencia del dolor. Epicuro fue el autor en el Siglo III antes de Cristo, de esta genial relación entre felicidad y ausencia de dolor. Una visita a esta dirección https://clasicos.hypotheses.org/4926, permite encontrar el texto de Francisco García Jurado, Catedrático de filología latina en la Universidad Complutense de Madrid, sobre la mencionada autoría. En esta misma opción sería posible toparse con algún aforismo sacado del refranero: ¡ojos que no ven, corazón que no siente! Del mismo modo se relaciona con ella, la felicidad inocente del idiota, ya que su inconsciencia le ahorra frustraciones, disgustos o sinsabores emocionales. Una vez en este punto quienes alertan a los demás de aquello que desconocen, de aquello que le es ocultado y provocaría dolor, ¿Podrían considerarse cómplices de su infelicidad? Quienes se marcan como objetivo “despertar las conciencias” (sólo las conciencias) ¿pretenderían hacer infelices a sus semejantes? Sembrar n las cándidas mentes incertidumbres o miedos ¿no sería un atentado contra un cierto estado de felicidad que disfrutan quienes desconocen? El discurso por estos derroteros puede llevar hasta las grandes concepciones religiosas o esotéricas que pretenden aportar a quienes en ellas creen la “seguridad”, frente a la incertidumbre, frente a la angustia… Sembrar creencias que conjuren estos “males” ¿aportarían felicidad, al evitar el dolor”. Aunque por otro lado hay quien llega a pensar que la ignorancia es una especie de esclavitud. ¿El propio desconocimiento de ser esclavo permite ser feliz, si es que sentirse esclavo en doloroso?

Porque la segunda opción, la b), permitiría asumir la esclavitud como algo deseable. La literatura clásica, donde ser esclavo en esos tiempos estaba más que bien visto tanto por autores como público de las épocas, esta llena de personajes procedentes del estrato esclavo que sirven a sus amos o dueños con mayor o menor prestancia, pero todos ellos son muy conscientes del papel que socialmente deben desempeñar. En tiempos actuales la película Stico ofrece un ejemplo claro, chocante eso sí ¿o no tanto? Guionizada por Fernando Fernán Gómez y Jaime de Armiñan, fue interpretada por el primero obteniendo el premio al mejor actor de la 35 edición del festival de Berlín en 1986. Este film presenta esta opción b, en una versión totalmente actualizada. De ella es posible informar hasta donde parece razonable contar para no “spoilezar” ¡vaya destripar! la trama que: El protagonista, Leopoldo Contreras (Fernán Gómez), persona docta, nada más y nada menos que catedrático emérito de Derecho Romano, se encuentra en la ruina. Ni la paga, ni sus traducciones le dan para vivir, incluso debiendo vender su casa y quedándose, por tanto, sin techo donde cobijarse. En este trance decide ofrecerse como esclavo a un antiguo alumno suyo, Gonzalo Bárcenas (Agustín González), a cambio de casa y comida. Dirigida por Jaime de Armiñán y entrenada en marzo de 1985. Merece la pena al menos presenciar una escena clave en “You Tube”.

Desde Plauto, en su obra Miles Gloriosus cuando el esclavo Palestrión declama aquello de: “Que feliz es ser esclavo cuando se es un esclavo feliz”, hasta Fernando Fernán Gómez puede seguirse esta tendencia de una parte del género humano que busca la felicidad en cualquier ocasión o situación en la que pueda vivirse. Enraizada en esa búsqueda de la felicidad las reiteradas referencias al desprendimiento de todo lo material que, desde corrientes filosóficos orientales, en occidente estoicas o cínicas, se han ido conformando. Y no sólo el abandono de lo material, sino de los afectos, de las emociones, de los “apegos”, en una constante evitación de sentir “dolor”. Aquello que liga el deseo a la posesión, a la obtención de algún bien material o emocional es fuente de posibles frustraciones y estas generan tensiones, malestares, que cualquier ser humano desearía evitar. Los esclavos en puridad, al no tener voluntad propia, nada deben esperar y esa falta de expectativas les inmuniza contra las frustraciones. De ahí también la frase “el que espera desespera”. En las sociedades actuales parece, sólo parece que la esclavitud no existe. A cualquier persona puede preguntársele si se considera “esclava” y la respuesta, por lo general, será que no. La esclavitud conlleva obediencia y cuando se quiere obedecer no parece contradictorio el hacerlo, aunque la acción nazca en la voluntad de otra persona. Y si la acción no nace de la persona ¿será esta una esclava?

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