Decepcionantes ‘victorinos’

La mal presentada y decepcionante corrida de Victorino Martín ha marcado la tarde más deseada y expectante de la Feria de Abril. Los anovillados toros, mansos y complicados, le han dado pocas opciones a un Morante que sólo brilló con un majestuoso toreo a la verónica al quinto, y un Cid que ha podido mostrar su poderosa mano zurda en un ramillete de hondos naturales al cuarto

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TOROS: Se han lidiado toros de la ganadería de Victorino Martín, escasos de presentación, algunos de poco trapío, mansos, descastados, sosos, complicados y peligrosos.

ESPADAS:

-Morante de la Puebla, de grana y azabache, silencio tras aviso, silencio con algunos pitos y silencio.

-Manuel Jesús ‘El Cid’, de blanco y oro, silencio, saludos y silencio.

CUADRILLAS: Se desmonteró tras parear bien y con gallardía al cuarto el sevillano Curro Robles.

INCIDENCIAS: Plaza llena.

Manuel Viera.-

A veces suceden coincidencias improbables como que Morante y El Cid rivalizaran con ‘victorinos’ en plena Feria de Abril. Por un lado, qué duda cabe, eso confirma la alianza entre las dos figuras sevillanas. Y por otro que el cartel, por sí mismo, constituía el principal aliciente de una Feria sin otras sorpresas. Además, resulta curioso, o tal vez no tanto, que un artista como Morante, un creador que labra su toreo en los páramos de la genialidad, se vea obligado irremediablemente a medirse con su esencia, cara a cara, sin medias tintas, a pecho descubierto, con El Cid y los ‘victorinos’. Morante, que pertenece al pequeño grupo de toreros no generalistas, destila en su toreo un virtuosismo y rara melancolía que nada tiene que ver con ese esfuerzo por sacar un pase sin una mínima posibilidad artística. Y máxime si el toro, el que da o quita triunfos, queda minimizado por mala presentación y mínimo juego. Porque los deseados ‘victorinos’, sin hechuras de toros, aunque serios por sus cuernos, anovillados, escuálido algunos, y mansos y peligrosos otros, han convertido en decepción la tarde más esperada y deseada del ciclo.

El problema de Morante, con este tipo de fieras, fue que algo tan sublime como su toreo sólo lo pudo ejecutar para ser consumido en dosis muy pequeñas. Aunque con lo que le hizo al quinto con la capa hay para toda la temporada. Y es más, el mosaico de lances a la verónica fueron toda una evocación de una época ya perdida en el toreo. La verónica, y la media, de enorme sensibilidad improvisatoria tuvieron la fuerza del verdadero toreo naciendo ante nuestros ojos. Excelente el compás, mecida la seda, el mentón hundido en el pecho, el recorrido ajustado, embraguetado… provocando el delirio ante unas formas de gigantesca trascendencia.

Más allá de la rivalidad manifiesta en los quites de los dos sevillanos, cada uno descubrió su valentía a la hora de ejecutar su toreo, El más atrevido, El Cid, lo demostró con conocimiento en el comportamiento de los toros, y lo hizo de forma plena y agresiva tal vez sabedor de una técnica bien depurada durante sus muchas tardes con los toros de la A coronada. Por otro lado, la propuesta creativa quedó planteada por el artista. El enfrentamiento entre el toreo profundo y el de ‘quejío’ dejó paso a la sapiencia de El Cid y a la voluntad de Morante. Emoción y placer en esa maraña de naturales hondos, largos y ligados de El Cid que le enjaretó al exigente cuarto, y desprotegidos, pero emotivos, el trazo diestro sentido e inspirado de Morante en el prólogo de faena al

quinto. En todo caso, la única rivalidad de la tarde vivida fue el placer absoluto del arte a compás de Morante y el ritmo cadencioso de El Cid en los quites, porque los escasos detalles de las faenas de muleta no dejaron de ser un mínimo complemento a la decepcionante tarde, tras comprobar las sosas, complicadas, y en ocasiones peligrosas, embestidas de los ‘victorinos’.

Así que el sevillano de La Puebla desistió pronto de las bruscas embestidas del descastado primero. No le pudo al reservón tercero. Y, ya quedó dicho, hizo sonar la música tras veroniquear al complicado quinto, al que prologó faena de forma excepcional. A todos los mató mal, sin confianza y a la defensiva.

Por su parte, el también sevillano de Salteras aguantó con sapiencia y firmeza las malas intenciones del peligroso segundo. Con el cuarto, sin humillar y sin entregarse en los engaños, tuvo sus razones para intentar con la zurda su toreo sobrio y profundo hasta conseguir el natural hondo, con una técnica impecable y una limpieza en el trazo que lo hacía puro y con encanto. Y terminó su actuación con el complicado y también peligroso sexto, lidiado como sobrero, magullado y dolorido tras una voltereta espeluznante. Finiquitó a su primero de estocada tendida, de casi entera a su segundo, y de pinchazo y estocada al último.

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