El tiempo da y quita razones y esta vez tampoco hizo falta esperar mucho. Del referéndum por la independencia de Cataluña del 1 de octubre de 2017, con una masa independentista, heterogénea, pero unida, a la ruptura este mes del propio Govern de la Generalitat y el progresivo resquebrajamiento de Junts ante la caída en desgracia, y casi en el ridículo más espantoso, de su líder, Laura Borrás.
¿Qué ha cambiado de un escenario a otro? La estrategia. Ya lo apuntábamos algunos, mejor, muchos.
La escalada del conflicto solo beneficiaba a los que perseguían intereses partidistas. Era bastante rentable en términos populistas y, pensaban ellos, que también electorales, a los que se situaban en los dos extremos de la cuerda, las dos secciones más radicales de ambos bandos, el españolista centralista y el independentista catalanista. Por eso se aferraban al famoso artículo 155 como si este artículo fuera el maná: unos para invocarlo como amenaza, finalmente llevada a efecto, otros para usarlo como trinchera para camuflar sus espurios intereses.
Al final se ha demostrado que los que apostaban por la fórmula del diálogo y de la pacificación eran los que de verdad estaban poniendo por encima la unidad de España y la buena convivencia entre sus pueblos.
Hoy el movimiento independentista ha perdido fuerza porque sus propios partidarios se han dado cuenta de que se les utilizó de forma burda.
Y la pérdida del enemigo común que algunos les facilitaron ha sacado a la luz las costuras de aquel auténtico potaje catalanista, en realidad muy malavenido, entre anarquistas, republicanos de izquierda y burguesía de derechas y ultracatólica. Solo espero que de todo esto algunos hayan aprendido la lección. O no. Vete tú a saber.
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