El descorche en Los Alcornocales

El descorche en el Parque Natural de Los alcornacales tal y como lo conocemos hoy día no es una actividad muy antigua ya se viene realizando desde hace unos ciento cincuenta años.


Alfonso Pecino López | Miembro de RETECORK (Red Europea de Territorios Corcheros)

El corcho es, al menos de unos siglos a esta parte, el más importante producto del alcornocal. Esta vestimenta congénita, desarrollada en millones de años de evolución natural, le ha permitido al alcornoque defenderse de las altas temperaturas, las humedades, los incendios forestales o del ataque de hongos y otras enfermedades o circunstancias propias de las zonas mediterráneas.

Aunque no lo inventó la Naturaleza para ser desprendido del árbol, los humanos pronto aprendimos a disfrutar de sus virtudes. Pueblos de la Antigüedad como egipcios, griegos, romanos, cartagineses o fenicios los usaron ocasionalmente, como flotadores, tapando ánforas, urnas funerarias u otros recipientes.

Pero, sin duda, ha sido otro producto natural muy ligado a la historia de la Humanidad, sobre todo en sus momentos más alegres, el que realmente hizo despuntar al corcho: el vino. Este líquido elemento de necesaria conservación y transporte no tuvo, hasta finales del siglo XVII y tras muchas tentativas, un taponaje de calidad y garantía, lo cual encontró en el noble producto del chaparro.

A partir de este momento, las zonas de alcornocal, entre ellas la nuestra, se verán impregnadas de la cultura y la economía que supondrá esta nueva actividad en sus bosques. Junto a las labores agrícolas y ganaderas propias del entorno rural, se conjuga una importante economía forestal, ciertamente concentrada en las épocas estivales, de junio a agosto, cuando llega la época del descorche.

Cuadrillas enteras, de entre quince a cuarenta lugareños según la magnitud del tajo, se internan en el arbolado para conseguir las preciadas panas. El capataz, los hachas, los arrecogedores, los aguadores, los rajadores, el pesador y el apuntador; los arrieros y los mulos; el cocinero y su pinche; y los zagales, ellos todos componen un cuadro bien apretado, donde el golpeteo acompasado de las hachas hundiéndose en la piel del árbol se entremezcla en armonía con el sonido de los cascos de los mulos, o con algún que otro cante por arrierías.

El descorche, como hemos apuntado, tal y como lo conocemos hoy día, no es una actividad muy antigua. Por el contrario, no hace mucho más de ciento cincuenta años que los montes del Parque Natural se vienen aprovechando para tal fin. Por suerte, la escasa vocación agrícola donde se asientan los bosques de alcornoques, unido a lo abrupto del terreno —son en su mayoría zonas montañosas— han sido determinantes a la hora de mantenerse casi intacto, hasta esa fecha, el patrimonio natural de nuestras sierras, una valiosísima fuente de vida para los pueblos del Parque.

El descorche, o acto de separar con destreza el corcho del tronco del alcornoque, es una labor de indudable relevancia social, pues en todo el proceso es imposible sustituir la mano de obra humana por el trabajo de la máquina. Anualmente, en Andalucía, por concepto de pelas, se genera una media de unos ciento cincuenta mil jornales directos entre descorchadores, recogedores, rajadores, arrieros, capataces y pesadores.

La labor más delicada en el descorche es la propia pela del árbol. Efectuada por los hachas o corcheros, propiamente dicho, de su buen hacer depende la vida del alcornoque, la calidad de las panas o planchas y la cantidad de trozos y desperdicios que se generen. Este trabajo requiere una especialización y habilidad tal, que exige una capacitación difícil de obtener. Es por ello que en determinadas zonas corcheras no sea fácil encontrar buenos profesionales y, menos aún, el tener asegurada la pervivencia de los mismos en el tiempo, ya que en su mayoría los corcheros son individuos de mediana edad, escaseando los jóvenes que los puedan sustituir con el paso de los años, como ya está ocurriendo por ejemplo en algunas comarcas catalanas.

La dureza de esta labor se agrava al tener forzosamente que producirse en época estival, que es cuando el árbol únicamente permite quitarse la corteza, periodo coincidente con la mayor actividad vital del alcornoque por causa de las temperaturas reinantes. Antes de proceder a la pela, los corcheros, de un rápido vistazo, estudiarán de modo casi automático, los lugares por donde tirarán los hilos o realizarán los cortes de hacha. Posteriormente, se irán sacando las panas del modo más perfecto posible, ayudándose siempre con el mango de la misma, acabado en cuña, diseñado para estos menesteres.

Una vez caídos los trozos de corcho alrededor del árbol, entran en acción los recogedores o arrecogeores, los más sacrificados obreros de estas faenas. Los recogedores apilan el corcho desperdigado y lo trasladan hasta el lugar al que llegarán los mulos procedentes del patio de corchas, situados al pie de carretera. A veces tienen que caminar varios cientos de metros por veredas empinadas, con más de 50 kgs. de peso y con ambos brazos ocupados en sostener las planchas —ayudados por un cordel especial—, toda una proeza de equilibrio y fortaleza.

Los arrieros se ocupan de cargar el corcho de las pilas formadas anteriormente y trasportarlo en mulos junto al peso (en “cargadero de camión”). En zonas de Sevilla y Extremadura, esta operación se realiza en tractor, pues las llanas dehesas de alcornoques permiten que el vehículo llegue prácticamente a todos los rincones del bosque—parque. Sin embargo, en las provincias de Cádiz y Málaga, esto es absolutamente imposible por lo accidentado del relieve y lo abundantes afloramientos rocosos existentes. Para este trabajo se requiere aquí el concurso de un animal de tamaño medio, fuerte, dócil y con gran capacidad de carga: el mulo. Enjaezados con la jáquima, un adorno que recuerda la arabización de Al-Andalus, y los andoques o piezas de madera o metal para sostener el corcho; los mulos recorren el camino existente entre el patio de corchas y los montones o pilas localizadas en cualquier rincón de la finca.

Dentro de la cuadrilla de descorche, son los arrieros los que más pronto comienzan la faena para preparar a las bestias para el trabajo e, igualmente, por la tarde—noche son los últimos en dar de mano, pues cuando se han sacado las corchas finales, todavía hay que bajarlas al peso y dedicarse de nuevo a los animales.

En el patio de corchas, normalmente situado junto a un carril forestal, se encuentra el peso o la cabria, una estructura que asemeja a un trípode de más de dos metros de altura que sostiene a un rudimentario pero preciso peso: la romana. Como mínimo, son dos personas las encargadas del pesaje, una por parte del propietario de la finca y otra por parte del comprador de la mercancía. Así se evita la picaresca y las posibles desconfianzas que puedan surgir. Cuando la corcha ha sido pesada y registrada en el cuaderno de corcha, mientras una nueva carga llega, se procede al apilado del corcho dejándolo listo para su trasporte en camiones hasta las diferentes fábricas.

Una vez los corchos en el patio formando las espectaculares pilas serán los cargadores los que, con una habilidad excepcional, compondrán los camiones con esas pretenciosas cargas que parecen retar a la ley de la gravedad, y que son estampa tradicional de nuestras carreteras, para llevar la producción corchera de las fincas a las distintas industrias preparadoras y manufactureras.

Es en éstas donde trasformarán el corcho virgen en una diversidad de aplicaciones materiales que nos asombran. Sus cualidades de baja densidad; impermeabilidad; elasticidad; alta capacidad de aislamiento, tanto térmico como acústico; resistencia al desgaste mecánico y al deterioro por agentes corrosivos, así como su capacidad ignífuga, han hecho del corcho material especial en múltiples aplicaciones cuyo catálogo aún está por desarrollar.

Tapones de diverso tipo y tecnología componen la mayor parte del destino final del corcho. Aunque también tiene un interesante mercado en aislantes térmicos y acústicos, solerías, parquets, telas, adornos y decoración, suelas y plantillas para calzados, cartulinas, granulados y lana de corcho para embalajes, sustrato hortícola, …, e, incluso, en piezas integrantes de naves espaciales.

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