El pueblo dormido

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Manuel Ramírez Tocón | Articulista

Cuando se vivían los años donde con la sacudida del lastre de la posguerra llegaban los gritos reivindicativos obreros en las emergentes industrias y se alzaba la voz, no ausente de miedo, al ritmo del gotero del caudillo, los vecinos y vecinas de mi pueblo lucían con orgullo los remiendos de una escasez sin convenio colectivo y el honor de formar parte de un pueblo maravilloso. Eran días de jornadas interminables en la construcción, el campo o en las nuevas fábricas y de noches al fresco en las puertas de los hogares, pero sobre todo eran días de ilusión por sabernos partícipes de una lucha tan continuada como legítima, la lucha por los derechos individuales y colectivos que hoy disfrutamos.

Muchos fueron los esfuerzos y mucha la pasión que se invirtió para que el pequeño casco urbano de Los Barrios y sus núcleos de población sufriesen la metamorfosis de la que emergió el pueblo mas bonito, acogedor y limpio de toda la bahía. Por aquel entonces difícil era de prever que se pudiese atentar contra este logro de la sociedad barreña y que alguien que mojaba pañales sería el artífice por decreto del patricídio por asfixia y abnegación de Los Barrios.

Quien guste hablar de herencia debe saber que efectivamente ha existido y que era un legado bien trabajado, consensuado y mimado por todos. Este usufructo, esta rica transmisión, ha sido dinamitada por el extremismo de la sin razón, de la ignorancia y de una premeditación basada en un rencor que reparte dividendos al mismo tiempo que siembra ruinas.

Todo este proceso ruinoso para Los Barrios, ha asentado en la conducta de los ciudadanos un sentimiento de impotencia y absorción irracional que los ha situado como meros espectadores del continuo saqueo material y moral producido por la mentira y la hipnosis de la tarjeta de crédito que nos aparta la mirada de la gestión tramposa del nominado en diplomas on-line de la prestigiosa universidad del quercus.

Necesitamos despertar del letargo y volver a sentir como la reivindicación y el grito se combinan con una sangre hirviente para potenciar el pulso de una población que necesita ocupar su sitio perdido.

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