El Síndrome de Procusto

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Teseo mata a Procusto – Kylix Ático, Grecia (siglo V a. C).

Procusto, también llamado Damastes, según la mitología griega era bandido y posadero en Ática (Grecia) y tenía por costumbre amordazar y asesinar a los viajeros que hospedaba en su posada. Sus fechorías las hacía mientras dormían. Si la víctima era alta y su cuerpo sobresalía de la cama, procedía Procusto a cortarle los pies, las manos o la cabeza a hachazos. Si, por el contrario, era de menor longitud que la cama, lo descoyuntaba a martillazos hasta estirarlo; de hecho Procusto significa eso, “el estirador”. Lo cierto es que siempre asesinaba a sus huéspedes, porque a los altos les daba una cama pequeña, y a los bajitos, les ofrecía una cama grande.

Pero como todo en la vida, Procusto se topó con la horma de su zapato. Así un buen día apareció por su taberna Teseo, en su peregrinar hacia Atenas donde terminaría reinando. Enterado el héroe griego del reino de terror instaurado por Procusto, lo termino engañando, estirando y mutilando en una de sus camas. De esta forma terminó Teseo con la vida del sádico Procusto, aplicándole su misma “medicina”, la misma que practicaba con los incautos viajeros.

Hoy en día, como recuerdo de aquel Norman Bates de la arcaica Grecia, la psicología moderna ha acuñado el nombre de síndrome de Procusto a todas aquellas personas que “cortan la cabeza o los pies de quien sobresale”, precisamente por la incapacidad de reconocer la valía ajena, el miedo a ser superado profesional o personalmente por otros, los complejos y la envidia. Lo cierto es que esta fobia, que ha cercenado tantas cabezas a lo largo de los tiempos, era y sigue siendo un mal endémico en muchas personas, pero también en cualquier organización, colectivo o sociedad.

Todos a lo largo de nuestras vidas nos hemos topado con el afilado hacha del Procusto de turno, con ese antagonista que medra en los escenarios académicos, laborales, políticos o incluso familiares. Es un síndrome que crece exponencialmente, como los plásticos en los mares, caracterizando a una sociedad vacua y enferma, donde se premia la mediocridad y se condena la valía. En el mundo laboral, político, académico o deportivo, donde la competitividad y la hipocresía comparten lecho, este aciago proceder suele ser norma. Deshacerse de los más brillantes a codazos, boicotear al más preparado, al que aporta más, por la simple intolerancia y el puro egoísmo, se ha convertido en algo habitual. Los nuevos Procustos no admiten ser superados, sólo permiten cerca de ellos las sombras cortas, el revoloteo de las moscas cojoneras, toda esa turba que nada en la vulgaridad e incompetencia de un mundo tan pequeño como sus miras.

La proactividad, la creatividad y la capacidad, hijas de la imaginación y la libertad, siempre son malvenidas en las tabernas de los desmembradores del talento. El hacha para cortar o el martillo para estirar se han canjeado por la ruindad, la felonía y las mentiras; toda una artillería que decapita y esconde, que humilla y arrincona, que intenta mantener en su mundo de cristal a toda una caterva de pusilánimes y celosos, atrincherados en su crónica medianía.
Toda esta fauna edáfica, que corroe las entrañas de los que no se rinden ante la ineptitud, adora ídolos de barro, que han convertido su palabra en ley y el resentimiento en su modus vivendi, dañando y dañándose, porque los poseedores de este mal endógeno, anteponen sus prejuicios al rendimiento, impiden realizar las tareas a quienes lo hacen mejor que ellos y encima evalúan a los demás con niveles de exigencia que ellos mismos no alcanzarían jamás. Por tanto el síndrome de Procusto perjudica tanto al que lo padece como al que lo sufre, pues por envidia y miedo, no se avanza, pero tampoco se deja avanzar.

En estos tiempos primaverales, donde brotan las flores y las esperanzas, también eclosionan los golfos y emergen los trepas del instante, cercenando las buenas oportunidades a costa de los que nunca tendrán una cama ajustada a su cuerpo. Toda una panspermia de inútiles, una auténtica diáspora de demagogos, que a hachazos limpios, asesinan las alternativas mejores y ahogan sus inconfesables miedos, siempre en pro de un clima de confort a medida de sablistas, vividores, sacacuartos, oportunistas, caraduras, gorrones, advenedizos, parásitos, embaucadores, tarambanas, lameculos, aduladores, rastreros, pelotas, palanganeros, sicofantas, cantamañanas, pusilánimes, timoratos, medrosos, chupones, zotes, coprófagos, carroñeros, mamporreros, tolais, sabandijas, babosos, adufes, miserables, zascandiles, patanes, gañanes, cazurros, cagalindes, petimetres, dondiegos, ríeleches, soplagaitas, mindundis, meapilas, correveidiles, trapaceros, pedigüeños… mediocres.

Sin héroes de leyenda que nos libren de tantos Procustos, éstos seguirán mutilando y torturando, estirando la cuerda, sembrando todo de cadáveres, sin ser conscientes que en las oportunidades decapitadas, en esas cualidades que tanto detestan y envidian está la cura de sus miedos, la deseada salvación mitológica.

“El secreto de mi gran éxito, fue rodearme de personas mejores que yo.”
Andrew Carnegie.

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