Para mí no hay duda. Wilileaks es el watergate del siglo 21.
Si en 1974, el presidente americano Richard Nixon tuvo que dimitir una vez que unos periodistas desvelaran irregularidades, gracias a las aportaciones de un confidente conocido como garganta profunda, ahora, en el siglo 21, otro garganta profunda hace tambalear a un gobierno norteamericano, y de paso, a otros gobiernos e instituciones de todo el mundo.
No podía ser de otro modo. En plena era digital, tenía que ser a través de una página web, filtrando miles de documentos comprometidos de prácticas no del todo lícitas, ni legales, ni ajustadas a derecho.
Y el gobierno estadounidense no desmiente el contenido de los papeles, sino que arremete contra quien los ha filtrado, acusándolo poco menos que de terrorista.
La cara tan dura que hay que tener. Espiar a todo el mundo, incluido tus aliados; hacer comentarios ofensivos sobre ministros, presidentes e incluso países; comprar voluntades de jueces o fiscales; e incluso financiar actividades no muy legales, eso, eso no es malo, pero difundirlo a través de internet, eso sí que es malo. Qué cara más dura.
Todavía quedan cosas por salir. Lo único que espero es que, al menos aquí en nuestro país, empiecen las dimisiones y las explicaciones, sobre todo en la judicatura, de aquellos que han realizado un abuso de poder, y según los papeles no han sido pocos.
Ha saltado el escándalo de Wikileads, en lo que ya se conoce como “cablegate”.
Quien sabe, lo mismo hay alguno que afecta a esta bendita comarca. Estaremos al loro.
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