En 1746 el rey Fernando VI concedió a Carlos de Areizaga los señoríos de Ojén y Las Navas, reservándole para la jurisdicción civil y criminal, alta y baja.
Unos años más tarde, como correspondía a todo señorío, su propietario edificó la correspondiente casa solariega, en la que colocó el escudo del linaje familiar en policromía sobre un medallón labrado en piedra sobre la majestuosa portada, que según consta en la misma, fue labrada en 1766.
Delante del caserío existe una bonita fuente, labrada también en arenisca, que vertía agua desde las bocas de dos máscaras grotescas. Como símbolo de aquel poder señorial antiguas leyendas mencionan la existencia de una horca en las inmediaciones del caserío, que fábulas anticlericales la vinculan con supuestas actividades inquisitoriales del cercano convento del Cuervo.
Ojén situado en pleno alcornocal era rico en bellotas que permitían alimentar crecidas piaras de cerdos, así como en pastizales que acogían abundante ganado vacuno, sin olvidar los cuantiosos ingresos que reportaban las leñas y carbones obtenidos de sus bosques. Ese enclave señorial, cuajado de antiguas leyendas es el que ha querido evocar el autor.
© Dibujos: Antonio Álvarez Vázquez
© Texto: Manuel Álvarez Vázquez