Obituario

Fallece el padre Francisco García Ruiz

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El padre Francisco García, ese sacerdote que, desde muy joven, ilusionado y sin poner condiciones, entregó su vida a servir a los menos favorecidos de una manera sencilla, sin necesidad de aspavientos ni de discursos ampulosos, nos ha mostrado su forma de interpretar la vida humana aplicando como clave los principios elementales del Evangelio. Con sus actitudes y con sus hechos, más que con palabras, nos ha explicado su generosa propuesta de cercanía, de sencillez y de amor.

Hoy somos muchos los compañeros, los amigos y los feligreses que, además de gratitud por el modelo de servicio sacerdotal que él nos ha explicado con sus actitudes y con sus comportamientos, experimentamos sentimientos gratitud, de tristeza y soledad. Durante su dilatada trayectoria pastoral nos ha demostrado que el amor alegre, confiado, entregado, servicial y paciente, es el mensaje fundamental que los sacerdotes buenos transmiten precisamente con sus actitudes humildes.

Sus familiares, sus compañeros y sus feligreses, tanto los creyentes como todos los de buena voluntad, siempre recibimos con respeto y con gratitud los mensajes que Paco nos ha trasmitido con su fecunda labor como sacerdote. Si tuviéramos que definir con una sola palabra a este hombre bueno, posiblemente la más adecuada sería la “bondad”. Éste es, a mi juicio, el término que mejor le cuadra y el que más veces hemos pronunciado y escuchado, sobre todo, en el hospital.

La bondad ha sido ese valor que él traducía con su gran comprensión, consecuencia de su respeto a todos; con su actitud de servicio, que nacía de la atención y del interés con los que se esforzaba para aliviar los sufrimientos de todos a los que él trataba. Muchos recordamos la capacidad de sufrimiento y el delicado cuidado que ponía en evitar o en suavizar el dolor de los pacientes.

A mi juicio, Paco ha ilustrado la ley del amor, del equilibrio y de la solidaridad de toda la naturaleza por la que los seres más fuertes soportan a los más débiles y los más buenos comparten los sufrimientos de los que lo somos menos. En más de una ocasión comentamos con él aquel principio dictado por ejemplo de Jesús de Nazaret, varón de dolores que, cargando con la cruz, nos invitaba para que nosotros soportáramos con alegría nuestras adversidades y contratiempos. Te agradezco –querido amigo, tu estimulante testimonio, y te reitero mi alegría por haberte tratado y por hacerme reflexionar sobre tus alentadoras lecciones. Que descanses en paz.

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