Hay una vocecita que nos susurra cuando nos alejamos del camino. ¡Y lo hacemos una y otra vez!
¿Por qué no me he dado cuenta antes? Cuando de repente me choco frontalmente con la realidad, cuando veo el engaño y echo mirada atrás, recuerdo aquella sensación en el cuerpo y aquellas señales que me decían, ‘no sigas por ahí, algo no va bien’. Pero en aquel momento hacía caso omiso a aquella señal.
Los toques sutiles que nos da el cuerpo corresponden directamente con nuestra intuición. Cuerpo y alma están unidos, y en el fondo, muy dentro, sabemos qué nos hace bien y qué no. El problema es que la mayoría de las veces no confiamos en nuestra capacidad intuitiva.
Cuando me puse a escribir este artículo, nada más empezar, comencé a dudar si estoy en “posición” de escribir sobre la intuición. Así que investigué un poco en internet.
Después de horas leyendo, me di cuenta de que me había alejado de la idea inicial. Hay mucha información, hay estudios científicos sobre la existencia de una intuición que nos conecta con conocimientos más allá de la mente lógica. Es muy interesante, pero SABER no sirve de nada si no se practica. SABER y buscar conocimientos teóricos activa nuestra mente lógica y racional. Y esa parte de nuestro cerebro NO AYUDA a conectar con la sabiduría interna, más bien nos impide escuchar la vocecita interior. Nos mantiene en una búsqueda eterna como a Fausto que estudió y estudió más y más, sin encontrar respuestas.
Buscar fuera SIN conectar con nuestro ser interno nos aleja del camino. La vocecita interior nos avisa de ello a través de sensaciones físicas, como puede ser un pinchazo en la zona del estómago, falta de aire, una tensión en el cuerpo. Generalmente, el malestar corporal que aparece de la nada nos dice algo como “vuelve al inicio de la ruta”. Si no hacemos caso a estas señales corporales incómodos, nos lo dirá más fuerte.
¡Vuelve al inicio de la ruta! Tortícolis, dolor de cabeza, un dolor fuerte en el vientre o estómago. Ya nos está gritando.
No obstante, lo habitual en nuestra sociedad es ir en busca de una pastilla. No queremos esas incomodidades, ese malestar. ‘Quiero que se vaya este dolor’, dice a menudo el discurso interno.
Te quiero invitar a que pruebes escuchar la vocecita interna. Importante: NO le pongas mente. No busques INTERPRETAR dolencias corporales. Simplemente siente las sensaciones y “escucha” desde el sentir.
Detén por un momento la lectura, suelta el móvil o reclínate en la silla si estás leyendo en el ordenador. Mira alrededor y fíjate en el lugar donde te encuentras. La luz que entra por la ventana, la naturaleza que te rodea, los sonidos que escuchas. Sea bonito o no lo que percibes, no le pongas palabra, no lo juzgues, simplemente respira por el vientre – inflando el vientre hasta que tope con el estómago. En este punto, cerca de la boca del estómago, está el diafragma. Si puedes, sube ahora el aire hacia los pulmones. Observa cómo la caja torácica se amplía, luego prueba a ver si puedes subir el aire hasta los hombros. Vuelve a asegurar que tu vientre se infla al inspirar, no al contrario. Suelta el aire, desinflando todo, soplando suave hasta que no quede más aire.
Después de practicar por un momento esta respiración consciente, sigue con la lectura. Puede que te haya hecho sentir bien, puede que hace tiempo que no te has acordado de respirar de manera consciente. Puede que sientas una sensación placentera de bienestar. Pero también puede haber ocurrido totalmente lo contrario. Malestar, dolor, tensión. Puede ser que AHORA te das cuenta de tu malestar o dolencia, algo que antes, en tu frenética actividad inconsciente, no lo habías notado.
La incomodidad en el cuerpo es una gran guía. La mayoría de las veces ni te das cuenta de ello, pero en cuanto tenemos un rato de inactividad, por ejemplo, cuando estás en una cola en el súper o en una sala de espera, y se te ha ido la batería del móvil; cuando no tienes con qué entretenerte, notas de repente una sensación incómoda en el cuerpo. Estrés, cuando NO hay estrés. ‘Me estresa relajarme’, me dijeron en una formación para la gestión emocional.
En vez de reconocer las sensaciones corporales como señal, se te ocurren miles de justificaciones por el malestar repentino. Te inventas a algún culpable por la situación (¡Podrían abrir más cajas!), te pones a hablar con un desconocido, quejándote de la larga cola en el supermercado.
Hablar puede servir para (no) sostener la tensión interna. Lo que pasa es que si hablas cada vez que sientes una incomodidad, no te darás cuenta de lo que pasa en tu interior. Y eso significa: no tomas CONSCIENCIA de casi nada de lo que pasa en tu vida.
Pero esas señales corporales que evitas sin darte cuenta son esa vocecita interior que te dice que cambies de trabajo, que revises tus relaciones, o simplemente que pares lo que estés haciendo para retomar tu camino. ¿No ibas a escribir un libro? ¿Estudiar? ¿Aprender algo nuevo? ¿Hacer lo que te gusta? ¿Cuidarte?
La ansiedad y los demás síntomas leves de incomodidad te quisieran empujar a que vuelvas al camino. Son tu vocecita interior que tantas veces no escuchas o, en algunos casos, ni siquiera reconoces.
Si quieres saber qué te pasa, qué quieres, por dónde tirar; si quieres saber si vas bien por aquí: ¡SILENCIO!
Respira, escucha, siente.
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