Por escasa atención que prestemos, todos podemos advertir que, por ejemplo, un equipo de fútbol, de baloncesto o de cualquier otro deporte son soportes de la identificación “enfervorizada” de un grupo de personas. Es comprensible, por lo tanto, que las camisetas, las bufandas o las insignias sean lenguajes con los que se proclama la “comunión” con unas ideas y con unos valores, y que, sobre todo, expresen la cohesión afectiva de un grupo de personas. Estos Esbozos sobre la Teoría de la Cultura, cuyo manuscrito estuvo perdido durante años, nos proporcionan claves para que interpretemos las obras posteriores de Zygmunt Bauman y valiosos datos para que valoremos sus análisis sobre los comportamientos humanos, esos que son objetos de estudio de la Ciencia de la Cultura. A mi juicio, estos planteamientos nos brindan razones válidas para que aceptemos que –“inevitablemente”- las Ciencias Humanas son pluri- e inter-disciplinares.
El punto de partida de esta afirmación es la constatación de que la cultura está configurada por un sistema de signos que explican y que organizan a las sociedades. Tras rastrear los caminos divergentes del pensamiento etnográfico europeo y la crisis de la Antropología, Bauman propone que la comprensión de los comportamientos humanos se sitúe en el ámbito de la Psicología. Él está de acuerdo con la reivindicación de la distinción metodológica entre los estudios naturalistas y los de las humanidades, pero también defiende que se apliquen unos procedimientos y unas técnicas de análisis que sean tan rigurosos como los que emplean las Ciencias Naturales. En su explicación de la teoría semiótica de la cultura señala la conexión que existe entre los logros de la teoría de la información y la percepción comúnmente aceptada de que la cultura es un sistema de signos que organiza las relaciones de los seres humanos porque “la cultura – afirma- es una creación humana que existe en las personas y a través de ellas”.
Sus análisis de las relaciones que se establecen entre los signos y los comportamientos culturales, su propuesta de una teoría semiótica de la cultura, apoyada en la conocida afirmación de los sofistas griegos –“el hombre es la medida de todas las cosas”-, sus reflexiones sobre la organización cultural de las sociedades y sus observaciones acerca de los problemas de la educación contemporánea son, a mi juicio, especialmente oportunas. En mi opinión, esta obra puede iluminar las tareas docentes y los trabajos de investigación de los profesionales de las diferentes Ciencias Humanas y, en especial puede orientar a los filósofos, lingüistas, teóricos, críticos e historiadores literarios, psicólogos, pedagogos y, por supuesto, a los sociólogos y antropólogos tanto en sus explicaciones docentes como en sus investigaciones interdisciplinares.
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