NOVENA PROVINCIA

Navidad con miedos

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En estos tiempos extraños. En esta Navidad con miedos que estamos viviendo en la que nos dicen a diario que hay que salvar la Navidad. Pero la Navidad se salva sola porque es, ante todo, un misterio de infancia. Por eso es tan sagrada. Pero todos hemos crecido demasiado. Dicen que ser niños es vivir en la ignorancia. Y tal vez sea cierto.

De pequeños creíamos que los árboles más altos tocaban con sus ramas el cielo. Ahora ya hemos descubierto que el cielo está infinitamente lejos de nosotros. Y sabemos que era preferible aquella ignorancia a esta ciencia.

Hemos crecido, nos hemos llenado de grasa, nos hemos amordazados con títulos y premios, hemos hecho tarjetas de visita. Ya somos adultos, hemos dejado atrás la leche y los tartamudeos.

Y aquí estamos, aterrados ante el mundo, y la vida. Hasta la esperanza se ha avinagrado y prostituido en nuestras manos.

¿Han visto ustedes cómo esperan los niños a los Reyes? No pueden aguantar la espera, arden sus ojos y sus almas, pero su espera no es torturadora, sus miradas se encienden, pero no vuelven vidriosos sus ojos. ¿Sabéis por qué? Porque los niños nunca se preguntan si lo que vendrá el día de Reyes es hermoso o feo, magnífico o terrible. Ellos saben que lo que viene siempre es hermoso. Lo único que ignoran es qué clase de hermosura tendrá lo que va a llegar. La suya es una esperanza gozosa porque es cierta.

Pero el adulto no sabe esperar. Y espera, además, lo que no debe. No sabemos amar una cosa a menos que podamos rodearla con los brazos. Por eso la Navidad es vértigo, desconcierto, exceso y desbordamiento. Por eso la Navidad viene a quitarnos las caretas de la importancia con las que, a lo largo de la vida, nos hemos ido disfrazando, embadurnando nuestra infancia.

Pero la Navidad es inmortal; al niño que fuimos puede arrinconársele, amordazársele, pero no matarle. Y ese niño sigue estando ahí, dentro de nosotros. Grita y patalea dentro de nosotros. Y es así como estamos salvados en la medida en que la Navidad pueda resucitar al niño que fuimos.

Por eso en esta Navidad, en la que el mundo tiembla de inflación, de refugiados y de guerra, de inestabilidad política, de paro y desesperanza, en esta Andalucía que está casi olvidando ya el sabor de la esperanza, la Navidad viene a despertarnos de tanto y tanto miedo y a enseñarnos a mirar la vida con los ojos ardientes con los que hace años esperábamos a los Magos.

Este mundo odioso se mantiene en pie por la dulce complicidad de los santos, de los poetas y de los niños. ¡Sed fieles a los santos! ¡Permaneced fieles a los poetas! ¡Sed fieles a la infancia! ¡Y no os convirtáis nunca en personas mayores! ¡Sed como Peter Pan!

Con estas tres fidelidades, el mundo sería siempre Navidad. Y la alegría sería mucho más ancha y fuerte que los miedos.

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