PLAZA DE LA IGLESIA

Nuestro mundo será espiritual o no será


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Decía Víctor Frankl, uno de los supervivientes de aquellos campos de concentración, sobre la vida de algunos prisioneros: “la pérdida del sentido de la vida solía comenzar cuando, una mañana, el prisionero se negaba a vestirse, a lavarse o a salir del barracón. Ni la súplica, ni los golpes, ni las amenazas, surgían efectos. Sencillamente, se entregaba. Y allí se quedaba extendido sobre sus propios excrementos (…) Quién tenía algo porqué vivir, era capaz de soportar cualquier cómo. Desgraciado de aquel que no viera ningún sentido a su vida, ninguna meta, ninguna finalidad. Tal vez, la única motivación para un prisionero era volver a encontrarse con su amada. Eso era lo que le hacía seguir viviendo (…) A pesar del deterioro físico y mental aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. Nadie nos lo podía arrebatar. Y es que el hombre puede conservar una vida interior incluso en las peores circunstancias. Al hombre se le puede arrebatar todo excepto varias cosas: la libertad humana, la actitud personal, la decisión de su propio destino, la Fe y el amor”.

La interioridad, ese cosmos nuestro donde suceden las cosas más grandes y loables de nuestra existencia humana, el baluarte de nuestro yo más profundo, ha sido olvidado, casi despreciado. Todo parece suceder en el ámbito más elemental y rudimentario de nuestra existencia humana, como sucede con los animales olvidándonos, por ende, de ese espacio vital, casi sagrado, que es nuestro mundo interior, ese universo inmenso donde nuestro yo es capaz de planificarse y, a la vez, de trascenderse. La realidad humana no es solamente un proceso físico-químico. Ningún proceso de estas características explicaría la creación de una poesía, el deseo de conocer o de encontrar verdad, belleza y bien. Existe por lo tanto en el ser humano una actividad que no puede atribuirse a la materia: el espíritu.

Si queremos un siglo XXI mejor, más humano y dichoso, es necesario que recuperemos el valor de la interioridad y la fuerza de la espiritualidad. Sólo de esta manera, seremos capaces de devolver cierta calidad a nuestras estructuras sociales, a nuestras relaciones humanas, al mundo en su complejidad y también a nuestra realidad existencial. Alguien dijo alguna vez que “nuestro mundo será espiritual o no será”. Tal vez tenga algo de razón quien lo dijera. El espíritu es esa realidad metafísica que sostiene y vivifica nuestra existencia humana dotándola de verdad, belleza y libertad. Si éste se debilita y no se cuida, la enfermedad y, a posteriori, la muerte existencial, llamarán impacientes a la puerta de nuestras almas, y éstas, agrietadas y envejecidas, sucumbirán a la fealdad de la muerte creando estructuras sociales ajenas al bien y a la verdad de la vida.

Querido amigo, ¿adónde te escapas o vas cuando te sobrecoge una sensación de oscuridad, confusión o turbulencia en tu vida?, ¿te duele, acaso, la zona lumbar o la cabeza cuando alguien te hace daño?, ¿te aprieta el corazón o te duele el pecho cuando amas a una persona? ¿Aún no eres capaz de ver que somos mucho más que un trozo de carne con ojos?

Hago un llamamiento urgente a la educación de la interioridad. Es una urgencia social. No lo digo yo. Lo dicen los corazones desgarrados de una sociedad que avanza, lentamente, hacia un horizonte sin meta alguna. Recibe un abrazo virtual, amigo. Ánimo y adelante.

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