SOBRE NUESTRA VIDA

Tiempos de silencio, y el arduo camino del amor

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Algunos de mis seguidores y lectores habituales se habrán dado cuenta de que he estado un tiempo sin escribir por este medio y, salvo algunos mensajes breves en la redes sociales, por ningún otro medio. Lo echaba de menos en estos meses, el sentarme y fluir con mis pensamientos y reflexiones, sintiendo la conexión con mi mundo interno y con el mundo externo. No obstante, a veces no es momento de hablar, sino de observar. 

Lo que describo aquí es la escucha interna. Es también la mirada hacia lo que pasa fuera mientras observamos las reacciones internas. Hablar sin pararse en el silencio impide tomar consciencia sobre qué está pasando; impide aprender de las cosas que pasan, de los contratiempos, del caos, los conflictos y las crisis. Si no me paro, lo que hago es reaccionar en vez de vivir y actuar con consciencia. 

El silencio y la observación sin juicio permite una profunda reflexión, no solo sobre los acontecimientos, sino también sobre los discursos internos de uno mismo. Tenemos la tendencia de repetirnos: repetimos las mismas frases con las mismas palabras, y con ello nos “aseguramos” también de que las situaciones en la vida se repitan. Asentamos creencias con ello, y a menudo no nos damos cuenta de que esas creencias, esas frases repetidas, impiden que ampliemos nuestra visión sobre los hechos. Nuestra vida se queda estancada, ya que nuestras creencias inamovibles anclan nuestro ángulo de visión y nuestra percepción. 

En estos pasados meses de verano y otoño me he planteado no solo parar la escritura sino también censurar el impulso de decir demasiado rápidamente lo que pienso. Admito que a veces me costaba morderme la lengua. Y cuando no me la mordía y decía directamente lo que pensaba, me daba cuenta poco después de que aún no había madurado el pensamiento. Mis palabras no reflejaban lo que realmente pensaba o sentía. 

Viéndome inmersa en discusiones y conflictos con mi pareja, volvía a callarme y preguntarme qué lectura tenía cada uno de estos conflictos y malestares. Mi pareja y yo hemos pasado durante estos meses de verano e otoño por muchos cambios: una mudanza a una casa donde aún estábamos haciendo reformas; una nueva vida en la que pasamos la mayor parte solos, en pareja, sin la “distracción” de tener que cuidar de nuestros hijos. Los míos ya se fueron a estudiar fuera y me dejaron el “nido vacío”. El estrés por terminar de vaciar la antigua casa, el estrés de dejar lista la nueva casa sin poder aún crear orden, sin tener un hogar cálido aún. Tantos cambios externos removían inevitablemente nuestro mundo interior. 

Viviendo entre cajas, durmiendo en el suelo e improvisando una mesa con lo que podamos, nos hemos ido arreglando, hemos ido adaptándonos a esa nueva vida que aún está en movimiento y que, poco a poco deja asomar una promesa de una vida nueva, llena de disfrute: cerca del mar, unas vistas preciosas, árboles en el jardín, nuevo orden, nuevos muebles, nueva sensación de hogar. 

¿Los conflictos? Las discusiones que incluso me provocaban dudas sobre nuestra relación, sobre el amor, sobre el por qué estoy contigo … – se están alejando de mi interior. Claro, no somos iguales. Tú tienes tus tesoros que no quieres soltar, yo tengo mi necesidad de liberar y renovar. Tú tienes tu manera de desahogar y desestresarte, yo mi conflicto interno, mi “trauma” con palabras poco bonitas y elevadas de tono. 

… ¿Yo no grito ni maldigo? … ¿Nunca tengo un mal genio? 

Ahí está de nuevo, el espejo que me enseña si observo y escucho: quizás lo que tanto rechazaba de tu actitud en aquellos momentos de estrés y tensión, es lo que tengo en mí, aunque no sea consciente de ello. 

El tema aquí es lo que podemos aprender cuando el otro nos saca de quicio. O cuando sentimos que se nos va el amor. No es fácil amar, y lo más difícil de todo: amarse a si mismo. Perder el amor interno duele, duele muchísimo cuando uno no siente esa cálida llama que llamamos amor. 

Recuperar ese calorcito, recuperar el amor, la humildad, la tranquilidad y la alegría: eso sí es volver al hogar. 

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