Un recuerdo para Martín Bueno Lozano

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La dedicatoria que a mí familia y a mí plasmó en su libro sobre la judía conversa Simi Cohen refleja con exactitud el día que conocí personalmente a Martín Bueno Lozano. Fue el Viernes Santo de 1992. Llegó a casa acompañado del párroco de San Roque, Sebastián Araujo, otro buen amigo desaparecido. Tenía interés en conocerme tras haber leído un artículo que le había dedicado en el suplemento literario “La Isla” que en los albores de este diario, llenó el vacío que en este campo existía en la comarca. Junto a su admirada Simi Cohen me regaló el libro “Vida de Santo Domingo de Silos” de Gonzalo de Berceo. La velada fue muy gratificante. Degustando el plato tradicional de las tortillas de bacalao que mi mujer había preparado, disfruté con aquellos dos hombres de enorme talla humana y cultural. Hablamos de literatura, de religión, de la actualidad de aquellos años. Desde entonces mantuvimos una amistad que, por mi parte, tenía mucho de admiración a su calidad humana.

Como he repetido en muchas ocasiones, el padre Martín, era fiel a su apellido de Bueno en todos los sentidos. De su persona no sólo cabe destacar su labor como escritor, “El Renacer de Algeciras (a través de los viajeros)” es buena muestra de ello, sino su entrega a los desfavorecidos. En la barriada de la Estación de San Roque dejó un recuerdo perdurable tras su trabajo denodado a favor de los damnificados de las inundaciones. Procuró la construcción de casas para los necesitados y se “echó a la calle” para lograr el beneficio para los que habitaban en la más dura pobreza. Con ser destacada su contribución a la investigación histórica, lo es más, sin vacilación, su labor al frente de las iglesias que tuvieron la suerte de contar con su presencia.

Martín Bueno tenía un gran afecto por San Roque y la ciudad le declaró hijo adoptivo en 2002. Colaboró con sus artículos en la revista “Alameda” y durante varios años estuvo trabajando en una biografía sobre el sacerdote sanroqueño, parlamentario de las Cortes de Cádiz, Terrero Monasterio, otra figura por la que sentía una especial admiración.

En una de las últimas ocasiones que hablamos por teléfono me contó de sus dificultades físicas, “es la edad Antonio, ¿qué más puedo pedir?” . Sebastián Araujo, la persona que encontró su verdadera vocación sacerdotal escuchando al padre Martín Bueno en el santuario de Nuestra Señora de los Ángeles en Jimena, había muerto y se hallaba inmerso en un profundo dolor.

Tan sólo un ejemplo de su estatura moral que, aunque a él no le hubiese gustado que contase, lo haré como último homenaje a su memoria. En una de las últimas ocasiones me contó algo yo ya sabía con creces, que durante toda su vida había procurado hacer el bien. Y al hilo de ello me relató como había salvado la vida de una persona en los duros días de la guerra civil, cuando de su testimonio dependía la misma. Aquella pequeña mentira sirvió para salvar la vida de un desgraciado, víctima de la barbarie que azotaba al país.

Martín Bueno fue un ejemplo de cristiano comprometido, de hombre bondadoso, de los que siempre se echan de menos. Descanse en paz.

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