Reconozco que siento una inclinación especial por las estadísticas cuando se emplean con propósitos nobles, como ocurre en el estudio de la historia. Las percibo casi como seres vivos: parece que contienen un lenguaje cifrado, capaz de responder con precisión a las preguntas adecuadas. Es cierto que, en ocasiones, la interpretación puede bifurcarse, pero por lo general estos datos mantienen una dirección, una inercia clara. Permiten descifrar un pasado y, en cierto modo, intuir un futuro.
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