Soy un Z


 

Muchos hemos sentido alguna vez esa sensación. Esa primera vez que conoces a aquel profesor o a esta otra maestra que, en la primera clase, naturalmente, pasa lista, atravesando los nombres y apellidos de todos tus compañeros y deteniéndose en el tuyo para preguntarte: ¿Es usted hermano de…? El terror. Esa sensación de entre vergüenza y miedo que acompaña al estigma, al horror del sambenito, del prejuicio. Esa, esa sensación es, en cierto modo, la misma que siente vuestro servidor a la hora de escribir estas palabras. Por esto y porque lo mejor será quitarnos las máscaras para poder avanzar, si no más cómodamente, al menos sin mentiras, prefiero decirlo ya, sin reparos: no llego a la veintena. 

Así que sí, efectivamente, soy uno de ellos, uno de esos maníaco-depresivos-obsesivos-compulsivos, adictos a sus teléfonos, radicalizados hasta la médula, sin ética laboral ni social, alérgicos a madrugar, inyectados en microplásticos, sin atención ni interés y cubiertos de desinformación: soy de la Generación Z. Ya todos sabemos el mensaje, ¿No? Todos habréis oído a este famoso escritor decir: «Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral». Cuánta razón, ¿eh? El caso es que, creánlo o no, el autor de esta cita no es ni más ni menos que Aristóteles (384 a.C – 322 a.C). El concepto de “generación” igual que la palabra “mamífero” se utiliza para agrupar, de forma masiva, a un conjunto de seres vivos que comparten, por nacimiento, uno o varios rasgos troncales para su desarrollo vital. Y poco más. Más allá del año, o del abanico de años, lo que me separa a mí de otro tipo de mi edad es exactamente lo mismo que lo que separa al elefante del marsupial, o a usted, mismamente, de un toro de lidia. 

En los últimos años de mi vida, he tenido, por suerte o por desgracia, la seguridad de que estábamos lo más cerca del fin del mundo que se había estado en la historia tantas veces como he pensado todo lo contrario. Mi “generación” (si es que acaso eso existe), se ha forjado en un mundo convulso, siempre impreciso, donde todo se tambalea, donde la guerra ya no es bélica, ni explosiva, ni armada (que, realmente, también), sino una guerra factual, teórica; virtual. Quien posea la verdad, poseerá el mundo. Quien posea el miedo y el pánico, poseerá el relato. Quien posea el relato, poseerá la verdad. En esta época polarizada donde los principios son volátiles y tenues, creo que un concepto como “generación” está más difuminado que nunca, y que, precisamente, quien sea que se haya adueñado del relato lo ha hecho para que gente como usted y gente como yo, no conversemos. Nos han hecho creer que estamos en las antípodas, casi enfrentados, pero la realidad, si es que aún queda esperanza, es que no podemos hacer otra cosa que hablar entre nosotros, siendo honestos, tampoco creo que haya una opción mejor a largo plazo. Por eso mismo: hablemos. Hablemos, porque cuando todo esté perdido y no nos quede otra que mirarnos los unos a los otros, podremos ir con la cabeza alta y decir: nosotros, nosotros somos esos, los que hablaron, nosotros somos los que se atrevieron a entenderse al márgen del relato. 

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