Cuando llega la Navidad y la luz no llega a todos


 

Llega la Navidad y, como cada año, el mundo se llena de villancicos, escaparates brillantes y mesas que rebosan comida. Las calles se iluminan, las familias se reúnen, se intercambian regalos, se brinda por la vida… y todo parece perfecto, como si el calendario decretara que durante unas semanas debemos ser felices a la fuerza.

Pero detrás de ese decorado hay personas, muchas más de las que queremos ver,  para quienes diciembre no trae luz, sino un recordatorio doloroso de lo que les falta.

¿Dónde queda la Navidad para quienes no tienen familia que les reciba?

¿Para quienes no tienen un hogar donde poner un árbol, ni una mesa donde sentarse, ni un plato caliente que compartir?

¿Para un padre o una madre que ve a su hijo pedir un regalo que no puede comprar?

¿Para quienes duermen en portales mientras los demás envuelven paquetes?

Y también… ¿qué pasa con nuestros ancianos?

Esos mayores que un día lo dieron todo y hoy muchos viven la Navidad en soledad, mirando una silla vacía que nadie ocupa.

Abuelos que llevan meses, incluso años, sin una visita, sin una llamada, sin un abrazo.

Personas que antes sostenían familias enteras y ahora pasan las fiestas esperando que alguien recuerde que aún están aquí, respirando con la misma dignidad de siempre, pero con el corazón lleno de silencios.

Nos hemos acostumbrado a repetir que la Navidad es amor, paz y unión”. Pero… ¿y si todo eso se queda en un eslogan comercial? ¿Dónde está la paz cuando el mundo entero cruje entre guerras? ¿Dónde está el amor cuando hay niños huérfanos que no recibirán ni una caricia? ¿Dónde está la unión cuando miles de personas miran desde la calle cómo otros celebran detrás de cristales empañados?

La Navidad, tal y como nos la venden, es un invento bonito… pero incompleto. Porque no basta con encender luces en las ciudades si seguimos apagando vidas con la indiferencia. No sirve de nada un árbol lleno de adornos si al lado hay alguien vaciándose por dentro. No tiene sentido hablar de esperanza cuando seguimos fabricando guerras, expulsando migrantes, abandonando ancianos o condenando a familias enteras a la pobreza.

Tal vez la verdadera Navidad no esté en lo que compramos, sino en lo que damos sin esperar nada.

No esté en la mesa llena, sino en hacer sitio para quien no tiene dónde sentarse.

No esté en el brillo de un regalo, sino en mirar a los ojos de quien siempre pasa desapercibido.

La Navidad auténtica , esa que no caduca el 7 de enero, es la que toca almas. La que recuerda que nadie debería sentirse invisible. Porque al final, la Navidad no es una fecha: es un gesto.

Y esa pequeña luz , esa que nace del corazón, siempre, siempre vale más que cualquier adorno.

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