RESEÑA LITERARIA

Como al trasluz del tiempo de Juan Rafael Mena


 

“Nadie se libra de lo que fue; si ese pasado fue cruel o si fue mediocre, para menospreciarlo, o si fue bello o fue batallador, para bendecirlo”.

Con esta rotunda afirmación casi se cierra esta nueva novela de Juan Rafael Mena. Ni mucho menos pretendemos con ella desvelar su final, su desenlace, entre otras cosas porque esta conclusión sirve de punto de partida y de soporte a Como al trasluz del tiempo, la cuarta novela de las seis que integran la saga titulada Cántigo Llano o cómo aprende a cantar un mirlo blanco.

Juan Rafael Mena
Como al trasluz del tiempo
San Fernando (Cádiz), Editorial Caibook, 2025

No se trata de una novela convencional, aunque podemos trazar en ellas unas coordenadas que nos sirvan de guía: el reencuentro de Cándido Perplejo, emigrado a Alemania que regresa circunstancialmente a su Isla natal que dejó hace tiempo, con su amigo Cántigo Llano, a la sazón bibliotecario de la Biblioteca Municipal, estudiante de Letras y poeta. Nos situamos hacia mediados de la década de los setenta, tras la muerte de Franco: en el inmediato horizonte, unos atisbos de democracia que comienza a abrirse paso.

Un capítulo a modo de prólogo nos presenta el diálogo que se establece entre ambos amigos echando la vista atrás y recordando los cambios que se han producido en la ciudad desde que Cándido la dejó. Pero esta charla no es un ejercicio de melancolía; se trata más bien de un conjunto de declaraciones sobre el valor y el poder de la memoria capaz de almacenar recuerdos del pasado y hacerlos presentes en cualquier momento. Al mismo tiempo, la conversación nos depara un buen número de reflexiones sobre la poesía, sobre su esencia y su función: en definitiva, una poética de autor. A partir de este prólogo nos situamos ya en el desarrollo propiamente dicho de la novela que consta de veintinueve capítulos distribuidos en dos partes: once en la primera y dieciocho en la segunda.

Podríamos describir la primera parte como un canto al universo de los libros representado en la biblioteca en la que trabaja Cántigo; también en su amor por la lectura (sobre todo de poesía), que desemboca en su propia escritura. La segunda nos retrotrae a un pasado más lejano, el del Cántigo niño: su situación personal, su afición por los libros y sus primeros pasos en la creación poética y en la publicación de sus composiciones. Y como trasfondo, esa Isla con su peculiar fisonomía urbana, con sus paisajes diferentes a lo largo del día o con el paso de las estaciones y de manera muy especial, con sus habitantes: ese conjunto tan igual y tan dispar a un tiempo en la cotidianeidad de los días.

Pero comentábamos que no estamos ante una novela al uso, a pesar de su trasfondo autobiográfico. Para entender esta afirmación habría que tener en cuenta la doble condición de Juan Rafael Mena como poeta y novelista: de un lado encontramos, además de profundas reflexiones fruto de una honda introspección, abundantes muestras de narración de sucesos, de creación de personajes o de descripciones de paisajes pero todo ello sustentado en un particular uso de una lengua poética que traspasa el sentido y los significados habituales de las palabras para elevarlos con trazos pulidos y un colorido que transforma la mera comunicación en pura metáfora, cargada de belleza. La lengua poética que, según la definió Pedro Salinas, es el “sacramento del nombrar” (obsérvese cómo “bautiza” el autor a sus personajes en esta novela, por ejemplo), brilla en toda su intensidad durante el desarrollo de la obra. Una obra que -no lo olvidemos- convierte la memoria en el guardián del pasado para evitar que se desvanezca; de ahí que Cántigo (el cantor, el creador) afirme que “Con el discurrir matemático del tiempo, me daría sobrada cuenta de que de vez en cuando el pasado nos llama para volver a cantar aquella canción ingenua que cantábamos en nuestros años jóvenes, ay, no importa qué, pasados los años, no se pueda echar de menos la belleza de la juventud sin recordar también sus errores”.

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