Con el primero de su lote, de Pedraza de Yeltes, lo lució en la suerte de varas el diestro gaditano hasta en tres ocasiones, Galván mostró oficio y claridad de ideas. El astado llegó al último tercio vacío, parado y sin humillar, lo que limitó cualquier atisbo de lucimiento. Aun así, el torero supo medir los terrenos y alturas, extrayendo todo lo posible de su oponente en una faena inteligente y templada. Mató de gran estocada y le valió para saludar una fuerte ovación.
Frente al quinto, con la tarde ya cuesta arriba: el público pidió la devolución del toro por su justeza de fuerzas, condición que terminó acusando en la faena de muleta. Lejos de amilanarse, Galván volvió a mostrar su capacidad para imponerse a las circunstancias, diseñando una faena de gran mérito en la que lo mejor llegó al natural. Sobre la mano izquierda, logró los pasajes de mayor hondura y belleza de la tarde, provocando los olés del tendido francés. El toro se lastimó la mano en el cierre de faena y dificultó el uso de la espada.
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