En Extremadura no ha crecido solo un partido.
Ha crecido algo más peligroso:
la renuncia a pensar.
Porque el ascenso de Vox no es un fenómeno aislado ni un error puntual.
Es el resultado de años sembrando desprecio por la cultura, burla al conocimiento y odio a todo lo que exige reflexión.
La incultura no llega sola.
Llega envuelta en banderas,
disfrazada de sentido común, gritando yo no necesito que nadie me explique nada.
Y ahí gana terreno el extremismo: cuando leer molesta, cuando dudar se considera traición,
cuando la ignorancia se convierte en identidad.
Extremadura, tierra humilde y digna, acostumbrada a resistir con poco, está siendo usada como laboratorio del miedo.
Se señala al diferente,
se caricaturiza al que piensa, se convierte la frustración en rabia dirigida.
No ofrecen soluciones.
Ofrecen culpables.
No hablan de salarios, ni de servicios públicos, ni de futuro.
Hablan de enemigos.
Y eso es más fácil de digerir que la verdad.
Porque pensar duele.
Aceptar que el problema es estructural incomoda.
Reconocer que el sistema no falla por culpa del de abajo exige valentía.
La incultura no es no saber.
La incultura es negarse a aprender.
Es despreciar la educación mientras se vota contra uno mismo.
Es aplaudir a quien te empobrece porque lo hace gritando fuerte.
Y así, voto a voto,
el odio se normaliza, la mentira se blanquea,
y el autoritarismo entra por la puerta grande…
con aplausos.
Y lo más grave no es que voten a Vox.
Lo más grave es por qué.
Porque cuando se vota desde la ignorancia orgullosa, desde el desprecio al saber,
desde el “que se jodan otros mientras yo aplaudo”,
no se está eligiendo un proyecto: se está renunciando a la dignidad colectiva.
La incultura no solo empobrece el debate.
Empobrece las vidas.
Cierra escuelas mientras levanta trincheras.
Quema libros invisibles cada vez que se señala a un enemigo inventado.
Y cuando el odio entra en las urnas, sale después a la calle: en forma de derechos recortados, de mujeres silenciadas, de migrantes deshumanizados, de trabajadores engañados con banderas mientras les roban el pan.
Esto no va de ideologías.
Va de decidir si queremos pensar o obedecer.
Porque la historia ya nos lo enseñó, y muy caro, cuando la incultura manda, la libertad siempre es la primera en morir.
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