Los textos, sobre todo los administrativos, gozan de una sacralidad que les aportan el recoger la “palabra” del sacerdocio de la voluntad popular. Las personas elegidas como representantes políticas de la ciudadanía están investidas del poder de obligar a pagar tasas e impuestos; se supone a todas las personas que, según sus leyes, deben ser obligadas. La tentación de contar con suficientes apoyos para la próxima reelección bien valdría mirar para otro lado en temas de interés general: usurpaciones, enganches de luz y agua, impago de tasas etc. Una parte de quienes votan en las elecciones, que no superan la mitad del personal, creen sinceramente en el buen ejercicio que quienes han sido electas harán de ese poder que se les entrega. Otra parte agradecida por las ayudas y las atenciones recibidas, la sintonía en las creencias religiosas; sin duda repetirán el apoyo a esa candidatura que deja hacer y deshacer en el terreno de sus particulares intereses. Además de a su electorado, el sacerdocio político, suele atender a la voluntad de varios dioses. La del partido político de turno, la de las personas allegadas o privilegiadas, que no son “un cualquiera”, la del sindicato mayoritario, que si quiere puede enrarecer la vida política y eso en la liturgia institucional es un grave pecado. En fin, que quien a esto de la política se dedica, debería hacerse una persona experta en la hermenéutica y, por qué no, también en la exégesis. Pongamos un caso sacado de la realidad: Una persona, responsable política, encarga, a una empresa externa al ayuntamiento, un informe. Por ejemplo, sobre empleabilidad, o situación de la infancia en el municipio.
Una vez pagados estos informes con varios miles de euros y realizados en tiempo récord, se colocan determinados documentos en la web del portal del Ayuntamiento. Quienes desean colaborar con el ayuntamiento altruistamente, analizan esos documentos. Y como se producen algunas lagunas para comprender el alcance de lo que se propone, esas personas altruistas solicitan a esos responsables políticos que le faciliten alguna información complementaria sobre cómo se han realizado las investigaciones que esos informes dicen que se han llevado a cabo; cómo se han obtenido las muestras de personas encuestadas, que afirman se han utilizado en las indagaciones…. Y aquí comienza la hermenéutica de la norma emitida en su día. Con buena voluntad sacerdotal se pretende que las personas ciudadanas altruistas comprendan el texto. Esto requiere de la hermenéutica, que apunta a hacer más sencilla la posible farragosa exposición del texto legal. Si las personas que pretenden cooperar parece que entienden el alcance del texto, pero siguen solicitando información adicional, entonces, el orden político sacerdotal debe recurrir a la exégesis, que ya no toma el propio texto de la norma, sino que va mucho más allá, para explicarle a las personas legas en esa materia, lo que “de verdad” quería decir el autor de la norma.
Llegados a un punto en el que las personas altruistas entiendan que con aportarle los documentos que ha utilizado la empresa externa, contratada por varios miles de euros con dinero público, es suficiente, sobrando cualquier aclaración hermenéutica o exegética, el sacerdocio político invoca el sagrado “SECRETO”, o el no menos sacrosanto “PROTECCION DE DATOS” y si ¡te vi, no me acuerdo! Y todo ello a pesar de que las personas altruistas argumentan que ¿Cómo puede ser secreto una documentación pagada con dinero público? O que hayan aclarado, al sacerdocio político, que los datos que se solicitan deben estar anonimizados, es decir, sin contener información personal alguna protegida.
No ha lugar a argumentaciones ni aclaraciones: Palabra de dios. Y “podéis ir en paz”, al Consejo de Transparencia.
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