PLAZA DE LA IGLESIA

La batalla cultural: un reto político


 

En un momento de profunda transformación (cultural, política, ética, espiritual) en Europa y, especialmente, en España, es justo, necesario y urgente dar una batalla que no se libra con las armas ni con la fuerza sino con ideas, valores y convicciones: “la batalla cultural”.

“Dar la batalla cultural” consiste en influir o modificar la deriva de una sociedad cambiando sus costumbres, narrativas, corrientes de pensamiento, ideologías, etc. en pos de “recuperar una identidad perdida” o que está siendo abiertamente atacada. También puede darse el caso de que ese ataque y/o transformación, se esté dando de manera solapada y silenciosa, casi sin percatarse de lo que está ocurriendo. En definitiva, se trata de pensar quiénes somos, reconocer nuestra historia y defender los fundamentos que han dado forma a nuestra civilización.

Nos guste o no, queramos verlo o pasar por alto, nuestra civilización proviene del cristianismo. La identidad cristiana, con sus valores y su antropología (humanismo cristiano) nos ha traído hasta aquí creando y consolidando la sociedad más rica, más justa, y más equilibrada de la historia de la humanidad (también con sus errores que no han sido pocos). Así, durante siglos, el humanismo cristiano ha sido la columna vertebral de Europa. No solo creó las universidades e influyó en el arte en todas sus vertientes, sino que dio sentido a nuestras instituciones, dignificó a la persona, introdujo la noción de derechos universales y sembró las bases de la compasión, la justicia y la responsabilidad individual. ¿Conocen ustedes otros humanismos, valores o corrientes de pensamiento que mejore o iguale al humanismo cristiano? Yo, no.

Sin embargo, en las últimas décadas, esta herencia ha sido relativizada, arrinconada y, en muchos casos, denigrada. Ciertas corrientes ideológicas y de pensamiento, también algunas políticas populistas, se están encargando de fracturar y de borrar los cimientos que han consolidado a Europa y, especialmente, a España, adalid del cristianismo. En nombre de ideas vacías y populistas, disuelven las raíces culturales y espirituales que dan sentido a nuestras vidas y a nuestra convivencia.

Frente a este escenario es hora de reivindicar sin complejos el humanismo cristiano como propuesta de sentido y de futuro. Es hora de defender la verdad del ser humano, la libertad religiosa, el valor de la vida, la familia como núcleo fundamental de la sociedad, y la educación como medio de transmisión de valores y no de adoctrinamiento ideológico.

La política, más preocupada a veces por la recuperación económica que de otra cosa, debería tomar las riendas de esta batalla cultural. Trabajar en lo primero sin olvidar lo segundo, sobre todo, porque una sociedad y una economía sin alma, están destinadas al fracaso existencial más absoluto. Lo estamos viendo.

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