PLAZA DE LA IGLESIA

Las dos “P”


 

“Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día. La paz, sin la cual, el pan se vuelve amargo”. ¡Qué amarga se vuelve la vida cuando no hay pan!, pero, más amarga se vuelve aún nuestra existencia cuando no tenemos paz en nuestra alma, sosiego, calma. Qué sufrimiento tan grande experimenta nuestra alma cuando perdemos la paz interior, aunque lo tengamos todo, aunque estemos rodeados de personas y no nos falte el pan en la mesa. Nuestra existencia se vuelve desnuda, vacía y la vida se convierte en una losa pesada difícil de llevar.

Alguien dijo alguna vez, “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” Perder el alma no es sólo convertirse en un ser inhumano e insensible, también lo es perder la calma, el sosiego, la paz interior. ¿Quién no ha experimentado una noche donde la intranquilidad o el agobio se han apoderado de uno y no te permiten conciliar el sueño? Algo parecido pasa cuando en nuestro corazón no hay paz interior.

¿Cuándo perdemos la paz interior? Cuando nos aferramos en cambiar a los demás a toda costa, cuando pretendemos resolver todas las cosas por nosotros mismos, cuando nos aferramos a cosas inútiles, cuando lo importante deja de serlo, cuando nos empeñamos en ser los dioses y señores de la vida, cuando no encontramos sentido a lo que hacemos o a nuestra propia existencia, cuando vamos por la vida haciendo daño, cuando la envidia o la soberbia se apoderan de nosotros, cuando nos creemos superiores a los demás, cuando odiamos, cuando guardamos rencor, cuando obviamos nuestras obligaciones, cuando nos olvidamos de Dios, etc. Podríamos seguir añadiendo cosas a esta lista. Cada uno puede hacer una revisión de su vida y pensar qué cosas le hacen perder el sosiego en el alma.

Si cada noche antes de entregarnos al sueño nos podemos decir: “hoy, he amado, no le he hecho daño a nadie conscientemente, he intentado hacer el bien y he hecho lo que tenía que hacer”, quizás podamos cerrar los ojos y entregarnos al sueño con el alma en paz. Ciertamente, sin pan, nuestro cuerpo desfallece, pero, sin paz, nuestra alma se muere. Sin ambas cosas, como hemos dicho al principio, la vida se vuelve gris, inhóspita, amarga, insoportable. No hay felicidad sin paz interior. Un trabajo personal y un don de Dios. ¿Tienes paz en tu alma?

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