La mentalidad de crecimiento es, sin duda, la herramienta esencial para
la adaptación y la evolución del ser humano en cualquier entorno. En el
ámbito corporativo, transforma por completo una empresa: la convierte
en una organización de aprendizaje continuo, más adaptable, resiliente e
innovadora en el complejo y cambiante mundo de los negocios.
Por el contrario, la mentalidad fija crea una cultura paralizante basada en
el juicio, el miedo y la resistencia al cambio, debilitando la capacidad de
la empresa para adaptarse e innovar, y limitando el potencial de su
capital humano.
La educación para la era industrial se centró en la conformidad y la
memorización para tareas repetitivas, fomentando la mentalidad fija (la
creencia de que las habilidades son estáticas) y valorando el talento
innato por encima del esfuerzo.
En la era digital, la exigencia es radicalmente diferente: se requiere una
reeducación constante y una adaptación fluida al cambio. Para prosperar
en este nuevo paradigma, es imprescindible adoptar una mentalidad de
crecimiento (la convicción de que las habilidades se desarrollan y
expanden).
Cuando operamos bajo una mentalidad fija, evitamos la autoevaluación y
rehusamos usar el poder de lo que desconocemos para aprender. Nos
sentimos presionados y estancados, una dinámica que fácilmente deriva
en agotamiento profesional y, a su vez, en estructuras empresariales
poco saludables.
La falta de esta reeducación ancla a individuos y organizaciones en la
rigidez del pensamiento fijo, obstaculizando la innovación y la resiliencia
tecnológica. Solo aquellos que adoptan el aprendizaje continuo y ven los
errores como valiosos datos, y no como juicios, prosperan en el
ecosistema digital actual.
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