María Miró, directora del documental Cayuco:“El que huye de África también

“Lo que he hecho es irme a África a oír a las personas, las familias, las casas, los pueblos de los que salen quienes llegan a Canarias. Hemos ido a saber cómo es su vida. Nosotros no damos cifras de nada, lo que nos interesa son las personas, lo que viven y sienten las personas”

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Texto: Sebastián Ruiz

Foto: Hervé Bonnaud

María Miró habla con dulce acento canario y mira a su alrededor con idéntica ternura a la que impregna sus películas. Trae Cayuco al Festival de Cine Africano de Tarifa, a la nueva sección Al otro lado del espejo, abierta a directores españoles con documentales sobre África. María Miró trabajó como reportera muchos años en TVE de Cataluña, pero es, sobre todo, una cineasta. Su primera película, Los baúles del retorno, de 1995, era un largo de ficción sobre otra dolorosa realidad africana: el exilio del pueblo saharaui.

-¿Cómo ha cambiado tu visión sobre las personas que vienen a Europa desde África, después de rodar en 2007 Cayuco?

Mi visión es la misma. Siempre he sentido esto como un drama, siempre me ha interesado el dolor de las personas, individuales y concretas, que se ven forzadas a salir de su país y a arriesgar su vida en un cayuco o en una patera.

-Lo digo porque aquí en Andalucía, mucha gente pensó hace dos o tres años: Antes llegaban a nuestras costas, ahora les toca a los canarios. ¿Tener el drama más cercano no te ha influido?

Siempre he sido sensible a este dolor. Pero al ir a África y hablar con ellos, al ver y escuchar a las madres y a las hermanas de los que arriesgan su vida, he podido comprobar que es falso ese mito que circula en Canarias de que en África las cosas no están tan mal y que se arriesgan por unas zapatillas Nike. Ése es un mito xenófobo. África es el continente de la desesperación. Para mucha gente, venir aquí, arriesgarse a perder la vida en el viaje es la única posibilidad que tiene para sobrevivir. En ningún caso es un viaje sin conciencia. No es un viaje frívolo. Jugarse la vida para alcanzar la orilla obedece a una necesidad imperiosa. África ha sido expoliada y explotada durante siglos y muchos de sus gobernantes son absolutamente corruptos. Pero en África no sólo hay hambre. El que hace el viaje también persigue dejar atrás la Edad Media para llegar al siglo XXI.

¿Tú crees que hacer documentales, reportajes o cine, sigue teniendo utilidad? ¿Crees que el arte o el periodismo pueden ser herramientas de transformación social?

Sí, sí, si no lo pensase no haría las películas que hago. En todos mis trabajos hay una preocupación social muy grande. Pero a mí me interesa la realidad cercana, la que habla de personas, la que enseña los motivos y ayuda a comprender al otro.

¿No crees que el público está saturado de información y un poco esquizofrénico, que después de ver un documental sobre cualquier conflicto se traga un programa de niños cantantes o la Pantoja?

Es posible, pero por eso me empeño en hacer documentales que enseñen esa otra realidad. Porque esa saturación de la que hablas, cuando se habla de la inmigración, es la que sólo enseñan una parte del asunto: Siempre salen imágenes de las personas llegando a los muelles, cubiertos por mantas de la Cruz Roja, rodeados de guardias civiles. Se dan muchas cifras, pero poco más. Nunca hablan ellos, no se les oye. Eso es lo que lleva a la insensibilidad del receptor, porque en realidad se empaqueta todo como un problema o una amenaza, de la que se informa rutinaria o dramáticamente, pero no nos dejan escuchar a las personas hablar de su dolor, de sus penurias, de sus historias. No se nos permite acercarnos a ellos.

Ahí está la diferencia de Cayuco.

Cierto. Lo que he hecho es irme a África a visitar a las personas, las familias, las casas, los pueblos de los que salen quienes llegan a Canarias. Hemos ido a saber cómo es su vida y hemos intentado ser objetivos, en la medida de lo posible. No hemos puesto voz en off que disponga o predisponga al que la ve. Tampoco salen entrevistas con analistas o expertos. Solo hablan los protagonistas de estas historias, los africanos. Quienes tienen que hablar son ellos. Nosotros no damos cifras de nada, lo que nos interesa son las personas, lo que viven y sienten las personas.

Dirigiste Las aportaciones de los surrealistas al cine ¿Cómo fue eso?

Fue un encargo del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas, que estaba interesado en rescatar las vinculaciones y contactos que algunos artistas surrealistas tuvieron con Canarias. Bretón estuvo en Tenerife y en Canarias tuvimos a Óscar Domínguez y Juan Ismael González.

Decía y lamentaba Buñuel que los auténticos surrealistas, pese a su fama, eran todos unos fracasados porque lo que ellos perseguían no era éxito, fama, ni dinero. Que los surrealistas querían cambiar la vida, hacer la revolución, y en ese sentido, todos fracasaron. ¿Están todos los artistas que buscan la transformación social abocados al fracaso?

Yo creo que todas las revoluciones, las auténticas, son lentas. Y que nuestra labor es una labor de goteo continuo para ir impregnando las conciencias. El arte, la actividad intelectual, ayuda a cambiar las mentalidades. Pocos revolucionarios de verdad han visto en vida el resultado de sus esfuerzos.

¿Te consideras más periodista, documentalista o cineasta?

Mi primera película fue un largo de ficción, pero trataba también sobre una realidad, la de los refugiados saharauis en Tindouf. La protagonizaban Silvia Munt y Jordi Daude. Era una película de ficción pero tenía algo de documental en su estilo. Los propios saharauis que viven en los campamentos de refugiados hicieron de figurantes y recrearon el éxodo de 1976. La verdad es que cada vez me interesa más el documental. No me considero periodista. Mi lenguaje es muy cinematográfico, no periodístico, y creo que poético.

Están muy de moda los documentales que se meten en los barrios bajos y hurgan en la miseria de las personas pobres. Ninguno le pone cara a los culpables de la crisis económica, ni desvela ni muestra cómo los ricos se llevan el dinero.

Ese tipo de reportaje callejero no me interesa. Se rompe la intimidad de las personas y se las utiliza para satisfacer el morbo. Las personas quedan desprotegidas ante la agresividad de la cámara. A mí me interesa algo más profundo, el dolor y la persona de verdad.

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