Hace unos días, en una de esas tremebundas festividades organizadas por nuestro parrandero consistorio, me paró un conocido para hablarme de política. Hasta ahí nada fuera de lo común, pues se trata de algo que me ocurre constantemente. Pero sí que hubo una novedad; esta vez venían con preguntas y no con llantos. Ante los recientes y seguramente fundados rumores de la privatización de instalaciones deportivas en Los Barrios, la pregunta en cuestión fue la siguiente: “¿Qué es privatizar?”.
Si nos atenemos a la casi siempre acertadísima Real Academia Española de la lengua, privatizar es “Transferir una empresa o actividad pública al sector privado”. O sea, un servicio que hasta el momento lo realizaban funcionarios, pasa a ser realizado por una empresa privada, o lo que es lo mismo, convertir un derecho en un negocio. Como mi interlocutor no quedó muy convencido intenté explicarlo con una pequeña historieta…
- Imagínate que estamos en una comunidad de vecinos en la que hay un gran patio – comencé– que hace reuniones periódicas a las que casi nadie asiste.
– Sí, como la de mi cuñado – el ejemplo caló al instante.
– Pues bien, en una de esas reuniones, las pocas personas que asisten deciden realizar una obra en el patio y echar dos tabiques para hacer un local, con la idea de que sea una especie de club social para los vecinos. Se aprueba una derrama extraordinaria y comienzan las obras.
– Bueno, de momento no es mala cosa.
– No, no lo es – le di la razón –. Al cabo de un tiempo termina la obra y el club social se pone en marcha, se organizan reuniones, comidas, bautizos… Algunos vecinos van y otros no, pero todos han pagado la derrama.
– Claro, todos los vecinos tienen la posibilidad de usarlo si lo desean.
– Por supuesto. Pero al cabo de un tiempo empiezan a surgir algunas disputas, pues algunos vecinos no se ponían de acuerdo en las normas de uso, si usarlo o no entre semana, si pueden acceder personas que no sean vecinos, si se puede cocinar allí o no… así que en la siguiente reunión, a la que no vuelve a ir casi nadie, se decide nombrar un responsable de uso, pero nadie quiere comerse el marrón.
– Entonces, ¿Qué hicieron? – surgió la pregunta lógica.
– Pues uno de los vecinos sugirió que, si nadie quería hacerse cargo, podía encargarse un primo suyo al que se le daban muy bien esas cosas – casualmente –. Los demás vecinos vieron la idea como una manera de quitarse el marrón y estuvieron de acuerdo en cederle la gestión del local al primo del vecino por 3 años, a cambio de una pequeña cuota, una cosa simbólica. El primo se encargaría de abrirlo y limpiarlo, con derecho también a explotarlo comercialmente. Daría trabajo.
– ¿Y las derramas extraordinarias?
- Evidentemente, los vecinos las seguían pagando – respondí –. El primo lo primero que hizo fue cambiar la cerradura del local y adecuarlo para celebraciones. A partir de ese momento, si un vecino quería hacer uso del local para celebrar el cumpleaños de su hijo, tenía que pagar un “alquiler” al primo del vecino.
– Entonces, si pagaban por el uso del local y también pagaban la cuota, estaban pagando dos veces por lo mismo… ¿no?
– ¡Correcto! Pero la cosa no queda ahí, resulta que, pasado un tiempo, el primo se montó un buen negocio de celebraciones con una inversión prácticamente nula, pues la obra todavía la estaban pagando los vecinos. Y para más inri, cada vez que había que realizar alguna reparación en el local, como arreglar una persiana, pintar las paredes o sustituir una ventana rota, había que aprobar una nueva derrama vecinal porque el dueño de la instalación seguía siendo la comunidad, y es responsable de su mantenimiento.
– Ostras, vaya negocio redondo que hizo el primo – la conclusión caía por su peso –, todo son ganancias, cobra al que lo usa, pero no invirtió en su construcción ni paga nada para mantenerlo, solo se ocupa de limpiarlo y gestionarlo. Y encima por 3 años. Al final va a resultar que los “primos” son los vecinos, que han perdido el derecho de libre uso y ahora les cuesta el doble.
– Has dado en la tecla – puntualicé –. Así que eso mismo es lo que ocurre cuando se privatiza una instalación municipal, como la piscina, las pistas deportivas o la plaza de toros.
– Ya lo veo, ahora se explican muchas cosas…
La cosa es bien sencilla. Se trata de que sean los vecinos quienes paguen la fuerte inversión de construir y poner en marcha unas instalaciones (¿recuerdan cuánto ha costado la plaza de toros y quién la ha pagado?) pero los beneficios de explotarlas comercialmente se los lleva una empresa, que después pagará una cuota (o no) al ayuntamiento. Y encima las obras de mantenimiento y mejora también la asumen los vecinos con sus impuestos.
¡Viva el capitalismo! Que entre todos hagan una inversión millonaria que yo, como empresario, me estoy ahorrando, pero luego soy yo el que se beneficia económicamente de esa inversión. Si me va bien, me embolso una pasta libre de polvo y paja, sin riesgo ninguno porque si me va mal, solo tengo que dejar que se extinga el plazo y listo. No tengo que asumir el coste de la inversión. Tú me pagas mi negocio y si encima usas la piscina, o la pista deportiva, o vas a un evento en la plaza de toros, me pagas OTRA VEZ
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