Un político gobierna, entre otras cosas, gracias a la confianza que los ciudadanos depositan en él y, con él, a unas siglas y a un proyecto. Pero esa confianza ciudadana al igual que se gana, se pierde fácilmente.
¿En qué momento pierde un político la confianza de sus ciudadanos? Las razones pueden ser varias: incumplimiento de su programa electoral, la mentira, la corrupción, la falta de gestión, malversación, etc. De todas las razones existe una que, a mi parecer, iguala o supera las anteriores: la pérdida de la autoridad moral. A diferencia de la autoridad legal o jerárquica, la autoridad moral nace de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Implica una profunda coherencia entre valores, acciones y palabras. Así, una persona con autoridad moral inspira respeto y confianza porque vive según los principios que defiende.
Pedro Sánchez y, junto a él, el PSOE, se encuentran en estos momentos ante uno de los mayores retos de su historia política. Más allá de la gestión del día a día, tienen la responsabilidad de demostrar que su gobierno no solo es eficaz, sino también ético.
Nuestro presidente del gobierno de la Nación, Pedro Sánchez, ha perdido la autoridad moral. Ha demostrado con creces que está dispuesto a sacrificar la coherencia, los principios éticos, la institucionalidad, incluso sus palabras, en aras de su permanencia en el gobierno. Está dispuesto a todo, hasta de venderse a sí mismo. ¿Habrá algo más bajo, penoso y rastrero que esto? ¿Qué le queda a un político cuando se vende a sí mismo?
Su credibilidad lleva tiempo cuestionándose, pero, especialmente, en estos momentos en los que, en su propio entorno, están emergiendo prácticas que traicionan la honestidad y la transparencia, el orden y la ley, la constitucionalidad y el Estado de derecho, la Democracia y las libertades.
Desde su llegada al poder en 2018 tras una moción de censura contra Mariano Rajoy, Sánchez ha protagonizado una legislatura marcada por la improvisación, la mentira y la propaganda. De hecho, su actuación está provocando tensiones internas dentro del PSOE y desacuerdos entre sus antiguos dirigentes. No hace falta más que escuchar a Felipe González, Alfonso Guerra o Rosa Díez.
Estamos asistiendo, en directo, a una transformación del PSOE. El gobierno de Pedro Sánchez no sólo está contribuyendo a la degradación de unas siglas que siempre han sido claves en el sistema democrático español, sino que nos está dejando un país cada vez más dividido, desconfiado y deprimido.
Quizás, lo mejor que podría hacer Pedro Sánchez es dar un paso al lado. A veces, irse no es un fracaso, sino un acto de responsabilidad y la mayor muestra de liderazgo. Pero esto, sólo lo puede hacer alguien que es humilde, que antepone los intereses generales a los suyos propios y que quiere profundamente a su país. Lo siento, pero no es el caso.
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