Tenerlo todo

 

Algo que se escucha con mucha frecuencia cuando un niño pequeño se queja por algo insignificante es eso de “a ti lo que te pasa es que tienes de todo”. La frase, a menudo, no va desencaminada, al fin y al cabo, es cierto eso que dice, el niño, de hecho, tiene de todo: todos los juguetes que pide, todos los cariños que necesita, oferta de entretenimiento infinita y eterna… Un “no”, de entre todas las respuestas posibles, es lo último que espera recibir, pero, cuando llega, se le cae el mundo encima. El niño se ha vuelto caprichoso. La sociedad en la que vivimos tiende a organizarse alrededor del exceso. Nos cebamos, especialmente ahora, con las fiestas y las reuniones, en las que cocinamos por encima de nuestras posibilidades, comemos hasta nuestro límite y desperdiciamos kilos y kilos de comida. El exceso nos hace sentir poderosos, opulentos, superiores, en control. Nos sentimos la tribu más fuerte, no la que más come, sino la que más acceso tiene a comida. Es algo muy diferente: “ Yo tengo todo esto y ni lo pruebo, de hecho, lo tiro” El sobrante nos coloca y nos entona, somos así de primarios. De alguna forma o de otra nos han colado la historia de que somos algo más que monos, cuando lo más probable es que no hayamos evolucionado tanto, lo más probable es que no seamos dignos del exceso, de los recursos. Nuestra naturaleza caprichosa, conflictiva y egocéntrica no hace más que probarnos como una raza venida a más, creída, irresponsable e indigna. No estamos listos para la abundancia, la avaricia nos puede. El internet es la epítome de la filosofía de la abundancia, una herramienta abstracta que puede residir en múltiples operadores (teléfonos, ordenadores, televisiones, neveras…) y en la que se contiene el todo. Todo lo que ha sido, lo que es y lo que puede ser, absolutamente todo, sin excepción, en el poder de nuestra mano, sin restricción. Este acceso indiscriminado al todo hace que nuestros cerebros, naturalmente, se saturen y se enganchen a esa tecnología, a ese todo inimitable. El mundo entero, igual que el niño caprichoso, tiene tanto que ya no sabe qué pedir, la sensación de caristia ha sido borrada, sustituida por la sensación virtual de ser, de estar. Pero no somos, no estamos. Esta falsa sensación de saciedad que aparece estando expuestos a todo a la vez en todas partes genera un vacío tremendo en el que nada es suficiente porque nada es nada, nada de lo que ves, de lo que sigues y de lo que sientes realmente existe. Pero está ahí, puedes verlo, puedes ver los reflejos de la verdad, de la emoción. Y es ahí donde se preguntan, “¿cómo puede ser que me sienta vacío si lo tengo todo?”. La realidad es que usted, igual que el niño, vive en un mundo de humanos demasiado humanos para tenerlo todo, para encajar el todo. Un mundo ya superado por sí mismo, hastiado, con el agua hasta el cuello. Un mundo que ha cocinado tanto que no es capaz de comérselo antes de que se pudra, que se deja gobernar por sus propias creaciones. Un mundo en control remoto. Este es nuestro mundo excesivo.

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