RESEÑA LITERARIA

Una voz poética que interpela (en el primer centenario del nacimiento de Ángel González)


 

El pasado 6 de septiembre se cumplió el primer centenario del nacimiento de Ángel González (Oviedo, 1925 – Madrid, 2008). Miembro de la Generación o Promoción poética del Mediosiglo, es uno de los poetas más cualificados de su grupo y de la segunda mitad del siglo XX. Niño durante la guerra, joven de postguerra, padeció situaciones similares a las de muchos españoles coetáneos: podemos identificar algunos de sus recuerdos con la de otros escritores de su misma etapa (recordemos, por ejemplo, los casos de Carmen Martín Gaite y Ana María Matute, a cuyos centenarios nos hemos referido también en estas mismas páginas): “El escenario y el tiempo que corresponden a mi vida me hicieron testigo -antes que actor- de innumerables acontecimientos violentos: revolución, guerra civil, dictaduras. Sin salir de la infancia, en muy pocos años me convertí, de súbdito de un rey, en ciudadano de una república y, finalmente, en objeto de una tiranía”. A ello hay que unir algunos problemas personales: pérdida de su padre aún muy niño, muerte de uno de sus hermanos durante la guerra civil, exilio de otro; incluso una tuberculosis contraída en su infancia… que le abrió la puerta a la lectura y también a su propia escritura. Estudió Derecho, Magisterio y Periodismo; fue corrector de pruebas en una editorial de Barcelona, lo que le facilitó el conocimiento de otros poetas coetáneos que, junto a él, constituirían el germen de esa Promoción del Mediosiglo; Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Carlos Barral… Fue también profesor visitante en las Universidades de Nuevo México, Utah, Maryland y Texas. En 1985 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras; en 1996 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Entusiasta de la pintura y de la música, fue también autor de varios ensayos sobre diversos poetas.

Ángel González

Pero Ángel González es, ante todo, poeta. Y esta condición nace, en gran medida, de sus propias circunstancias vitales: “… me acostumbré muy pronto a quejarme en voz baja, a maldecir para mis adentros, y a hablar ambiguamente, poco y siempre de otras cosas, es decir, al uso de la ironía, de la metáfora, de la metonimia y de la reticencia. Si acabé escribiendo poesía fue, antes que por otras razones, para aprovechar las modestas habilidades adquiridas por el mero acto de vivir”.

En sus poemas, Ángel González se sitúa como un lúcido observador de la vida; también de la suya propia. Y las reflexiones que esta contemplación le depara están relacionadas con el paso inexorable del tiempo (su memoria del pasado y sus reticencias antes un futuro desconocido) y por el poder del amor. La consideración de las circunstancias que le tocó vivir -y de las que siguió viviendo- desarrolló en él un fuerte compromiso ético que convierten sus poemas en un ejemplo vivo de poesía social, aunque siempre dotada de una visión intimista.

En algunos casos se le ha considerado “antipoeta”, no por falta de calidad de sus composiciones sino por apartarse de muchas actitudes y comportamientos de ciertos poetas convencionales. En sus poemas trata numerosos asuntos cotidianos para los que emplea una expresión aparentemente coloquial: es, sin embargo, una poesía que interpela con fuerza al lector por sus numerosos juegos formales, pero también conceptuales (como acabamos de ver, él mismo advertía de su uso constante de la ambigüedad, la ironía, la metáfora…) que sorprenden inevitablemente al lector: “Meriendo algunas tardes: / no todas tienen pulpa comestible” (Breves acotaciones para una biografía, 1971). A veces mediante juegos inesperados de palabras: “Estoy bartok de todo, / bela / bartok de ese violín que me persigue,” (Muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan, 1977). Otras, mediante la creación de “poemas-collages”, en los que ya desde el título, nos remite a situaciones que se solapan, como en “Quinteto enterramiento para cuerda en cementerio y piano rural” (Procedimientos narrativos, 1972).

Más que el listado de sus libros resulta especialmente interesante dejarse envolver en el juego de adivinanzas, en el humor inteligente con los que Ángel González lanza un envite a todo aquel que esté dispuesto a compartir sus poemas. Recomiendo, de todas formas, la edición de su Obra Completa titulada Palabra sobre palabra, en la que reúne sus poemarios escritos entre 1956 y 2001 (primera edición, 1986, aumentada en 2004; 6ª reimpresión, 2008. Barcelona, Seix Barral). Muy interesante es también la biografía novelada de Luis García Montero que recoge las charlas que mantuvo con el poeta ovetense en sus últimos años, titulada Mañana no será lo que Dios quiera (2009, Madrid, Alfaguara). Porque, a pesar de una irónica confesión en la que afirma “Y sonrío y me callo porque, en último extremo, uno tiene conciencia de la inutilidad de todas las palabras” (“Preámbulo a un silencio”, en Tratado de urbanismo, 1972), puedo asegurar que la palabra poética de Ángel González no deja indiferente a nadie.

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