Pues ya está: pasaron los Juegos Olímpicos, llegó y se fue Puigdemont, subió a los cielos del poder Salvador Illa… y aquí siguen seis mil menores migrantes no acompañados esperando que la palabra ‘solidaridad’ se haga ley, porque cuando solo va acompañada de la buena voluntad, ya sabemos que es papel mojado.
Si a Baleares, Murcia, Andalucía, Valencia o Cataluña llegasen de repente un día sí y otro también pateras y cayucos con cada vez más menores no acompañados a bordo, seguramente que se activarían los gabinetes de crisis en sus gobiernos correspondientes y se estaría reclamando soluciones por vía de urgencia al Estado.
Incluso si de repente en Madrid aterrizaran cincuenta aviones a reacción cargados con seis mil menores en esas circunstancias, todos entenderíamos que la respuesta debería ser compartida. Pero cuando es, como ahora, solo es Canarias, vemos que la reacción es otra: la pasividad, la indiferencia, el olvido y, sobre todo, ese mensaje nada oculto de ‘pues si llegaron allí, que lo resuelvan allí’.
Respecto a los que abogan por aplicar el principio de que lo mejor con el cayuco o la patera detectados es impedirles que lleguen a tierra, solo una sugerencia: buceen en internet y accedan a los medios de comunicación americanos que publicaron las fotos de lo que había dentro del cayuco que llegó a tierras de la República Dominicana con una docena de cadáveres que llevaban ya no sé cuanto días muertos.
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