Después de tres siglos de evolución del sistema económico llamado Capitalismo, que sustituyó con éxito notable al anterior llamado Feudalismo, aunque aún quedan vestigios del mismo incluso en las modernas economías occidentales, nos encontramos ante una paradoja, al menos formalmente considerada. Los ricos al inicio de la revolución industrial, allá por los finales del siglo XVIII, eran fundamentalmente burgueses, comerciantes en su mayoría, que entendieron muy rápidamente las ventajas de aumentar la producción mediante la introducción en los procesos de producción de las máquinas. Para conseguir la imprescindible colaboración de los trabajadores y para dinamitar el débil poder político de las monarquías agonizantes recogen la herencia intelectual de la Ilustración que ellos mismos abonaron para producir una ideología que ayudara a las masas de asalariados a apoyar sus objetivos. Nace la Libertad, la igualdad y la fraternidad, también la defensa de la Patria, como conceptos que aúnen voluntades en su ambicioso proyecto. Al inicio del siglo XIX el andamiaje de ideas y conceptos está construido y en el paquete se encuentra la inevitable (entonces) relación de capitalismo con democracia.
Han ocurrido muchos eventos históricos desde ese momento hasta el presente y siempre ese binomio parecía claro, inequívoco. De hecho fue la gran idea fuerza que sostuvo los grandes sacrificios económicos que los llamados “pueblos libres” tuvieron que realizar para mantener la lucha en la guerra fría : las libertades contra los totalitarismos. La libertad de empresa unida amorosa y fraternalmente con la libertad del voto, en un maridaje sin fisuras, de forma que nadie podría comprender a mediados del siglo pasado que pudiera desarrollarse un sistema de producción capitalista en estructuras políticas antidemocráticas. De hecho la democracia parlamentaria asumía que cada persona era un voto (antes se decía “un hombre un voto”, hasta que las mujeres pudieron votar no hace tanto). Y que el poder político democráticamente elegido era soberano incluso en el ámbito económico. Esta subordinación de la economía a las urnas era una garantía de que el instinto depredador del capitalismo no acabara comiéndose incluso así mismo y sus libertades. Era especialmente duro que se pudiera predicar la libertad de empresa y no la libertad del voto. Chirriaba en extremo este desajuste, pero la historia viene a mostrarnos que aquello que chirria puede dejar de hacerlo si se le “unta”, se “engrasa” adecuadamente.
Ya mi padre le comentaba a mi abuelo que este vería a no mucho como España mantenía relaciones económicas con la URSS. Mi abuelo, persona que se expresaba sin tapujos, le contestaba de inmediato: ¡Rafael tú estás loco!. ¿Cómo van a tener relaciones económicas, ni diplomáticas dos regímenes políticos tan antagónicos? No es posible, decía, que los comunistas se relacionen con los fascistas. Por aquel entonces, finales de los 60, ni mi abuelo, ni mi padre, ni millones de personas conocían en España el pacto secreto que Hitler y Stalin firmaron meses antes de la segunda guerra mundial para repartirse Polonia. Mi Padre, persona con visión donde las haya, percibía que el dinero no tiene patria, ni fronteras y que en su desarrollo el sistema económico capitalista acabaría imponiéndose en todo el mundo. También, cuando tuve algunos años, yo discutía acaloradamente, como sólo saben hacerlo los adolescentes, con él. Posiblemente estos ejercicios dialécticos han contribuido a perfilar mi personalidad en grado mayor de lo que pudiera pensarse. Lo cierto es que en estos momentos críticos para todas las economías occidentales, es cuando la mayor economía del mundo es CHINA y no para de crecer. ¿Pero china no es un país comunista? ¡Eso dice el partido comunista chino! Partido único que permite el desarrollo en su seno de la “libertad de empresas”, cuando no deja ninguna a sus súbditos. Por otro lado los capitalistas de este mundo occidental han decidido que eso de subordinarse a las urnas no les trae cuenta en estos momentos y son las agencias de calificación de las deudas soberanas, las subastas en las bolsas y las transacciones financieras internaciones los nuevos escenarios de la soberanía del capital. El capitalismo usó al pueblo para zafarse del poder de las monarquías y ahora se sacude el peso de las naciones, de los estados “soberanos”, de las urnas cansinas que solo distraen del único objetivo deseable en este mundo: Hacer dinero como sea. La conclusión es evidente. EL Capitalismo en esencia es antidemocrático.
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