Pañolada y aviso, por J. Mena


 

Hay quien se sorprende ?aunque, eso sí, cada vez menos? por algunas de las actitudes exhibidas por el ahora alcalde de Los Barrios. El que les escribe, desde luego que no. Éste es de esos tipos que, por ineptitud y soberbia, confunden la virtud de la firmeza con el vicio de la prepotencia. Se puede pecar tanto por exceso como por defecto. O lo que es lo mismo, tan malo es pasarse como no llegar, que decía mi abuela.

En cualquier caso, yo pienso que es preferible en un gobernante la tolerancia y la indulgencia, aun a riesgo de que se pueda tomar por debilidad, a una severidad equivalente a una más que autoritaria intransigencia. Un ser humano con sus limitaciones y flaquezas a alguien que se cree poco menos que un dios situado más allá del bien y del mal y en posesión de la verdad.

No tiene uno más que fijarse en los pequeños detalles en lugar de los grandes ?como hiciera Plutarco en Vidas Paralelas? para calar el alma, en este caso, del susodicho. Hay hechos que delatan. El recurso a una interpretación parcial y tendenciosa de la legislación en materia de incompatibilidades para los ediles a fin de dejar a la oposición en minoría en el penúltimo pleno de la Corporación, por poner un ejemplo. O las ganas que se le vieron al ilustrísimo de aprovechar el lapsus en el que cayó una concejal del grupo popular en una votación alzando el brazo erróneamente cuando no le correspondía, por poner otro. Una clara muestra de lo que en un combate pugilístico se llamarían golpes bajos, que no se admitirían ya en la buena práctica de este deporte ni aunque se incluyeran y aceptaran en el reglamento.

Pero, encima, y por si lo dicho no fuera poco, del mismo modo que confunde la firmeza con la prepotencia, también confunde este mozo, que no de espadas, la valentía, no ya con la temeridad, sino con la chulería.

Al muchacho su aún no olvidada vocación taurina le puede y no hay ocasión que no aproveche para presumir de su arte y valor de torero, como lo hizo días atrás con motivo del encuentro frustrado que mantuvo con los trabajadores afectados por el ERE.

Salió el diestro a la plaza (la de la Iglesia), acompañado de su cuadrilla de subalternos, dispuesto a realizar su faena y lucirse, lo que pasa es que, en contra de lo que pretendía, hubo de retirarse entre pitidos y abucheos del respetable. Gajes del oficio, ya se sabe.

Mas que nadie se llame a engaño. Lejos de arredrarse, el maestro sigue dispuesto a luchar por el triunfo, asegura, muy gallardo. Su hoja de ruta en línea recta, paradójicamente más peligrosa que una con curvas, está trazada y dice que no la cambia, aunque le lleve a estrellarse contra un muro y quedarse como para coleccionar moscas.

Lo que yo les diga, a éste, y justo es que se le reconozca, no hay cornada que le asuste.

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