A pesar de su retórica populista (“somos españoles de bien cuya ideología es la honestidad”, parecían decir ) UPyD surgió con la idea de ocupar una zona hasta ahora vacía dentro del panorama de partidos. En España no existía cuando apareció en 2008 ni aún ahora un partido que siendo liberal en lo económico (como de hecho lo son gran parte de los partidos actualmente) fuera liberal también en lo político. Ésa era la asignatura pendiente del PP, que arrostra una poderosa herencia conservadora y autoritaria en muchos aspectos. El PSOE, por el contrario, sí que encajaría en tanto partido liberal social. Esto explica el importante trasvase de votos desde éste a UPyD.
Pero, ¿en qué se diferencia el PSOE de UPyD? Aquí entra en juego un elemento, el antinacionalista, que acerca a los de Rosa Díez al PP. Esta posición presentaba inicialmente un cariz claramente antivasquista y anticatalanista, lo que parecía razonable debido al terrorismo de ETA, si bien con el tiempo ha terminado revelándose que el de UPyD es un programa eminentemente nacionalista.
Y es que si existe algo que simbolice el parentesco entre PP y UPyD, sin duda se trata del españolismo. Ya en el programa electoral de 2008 se sinceraban los de UPyD, al aseverar: “En España, queda tan sólo un único problema institucional y estructural relevante que no hemos logrado solventar con el paso de las dos últimas centurias: el regionalismo de antaño, hoy denominado nacionalismo. Pretendemos pues mejorar la actual Constitución, manteniendo lógicamente sus principios y valores esenciales”. La pregunta es: ¿acaso no se contempla el pluralismo político como valor superior en el art. 1? Lejos de las consideraciones ideológicas y de la concepción de España que cada uno pueda tener, el hecho debe ser a todos altamente preocupante. Que un partido tenga en el foco de su proyecto la marginación del adversario político es un síntoma, por lo pronto, de déficit democrático.
Por esta razón es capaz UPyD de promover una reforma del Senado que lo convierta en cámara de representación territorial. Así, sin una reforma paralela que equipare las competencias del Senado a las del Congreso, conseguiría reducir o incluso desplazar a gran parte de los partidos minoritarios (sean nacionalistas o no) del foro en el que se toman las decisiones más importantes. Lo que UPyD viene a postular es que sólo los partidos de implantación estatal defienden los intereses legítimos, que son los de todos los españoles, como si esas decisiones en pos del interés nacional no perjudicaran, y beneficiaran correlativamente, a unos territorios, grupos, clases… en detrimento de otros. Los discursos que se presentan como auténticamente “nacionales” o “de todos” encierran una carga ideológica insoslayable. Curiosamente, los que se niegan a diferenciar entre izquierdas y derechas protagonizan una peligrosa tendencia a distinguir entre españoles y antiespañoles.
Bajo el eslogan de la “regeneración española”, cuando no en nombre de la eficiencia y el ahorro, defiende UPyD un conjunto de medidas tradicionalmente españolistas y centralistas en cuanto a la concepción de España en tanto nación y en tanto Estado. En este sentido, apuestan, a modo de ejemplo, por modificar el art. 2 de la Constitución para que deje de decir “nacionalidades y regiones”, enumerar taxativamente la distribución de competencias entre Estado y Comunidades Autónomas, dificultar la reforma de los Estatutos de Autonomía o eliminar del juramento del Rey el respeto a los “derechos de las Comunidades Autónomas” (como establece el art. 61).
Decir, aunque con otras palabras, que el Estado central debe fijar las competencias de las Comunidades Autónomas, vaciándolas de su contenido político y degradándolas a simples entes administrativos, equivale a reconocer que los lazos que unen a los pueblos españoles sólo pueden mantenerse a base de imposiciones y agresividad con las diferencias que singularizan a cada territorio.
Sin embargo, el discurso centrista de UPyD se está agotando. Los puntos de su programa electoral encajan extraordinariamente con los del PP: incremento de gastos militares, promoción de la energía nuclear, endurecimiento de las leyes de extranjería, cuestionamiento de derechos como el aborto o el matrimonio homosexual, copago sanitario, desinterés por la igualdad de género, etc. Desde esta perspectiva, UPyD ha fracasado rotundamente en su intención de ser un partido liberal sin herencias conservadoras o nacionalistas. Aquel lema con el que UPyD concurría a sus primeras elecciones generales en 2008, “Lo que nos une”, ha resultado ser, precisamente, el statu quo.
Las categorías izquierda/derecha constituyen una herramienta de análisis que permite a los ciudadanos saber cuál es la naturaleza y la finalidad de una opción política. Por supuesto que queda obsoleta cuando se toman como puntos de referencia únicamente dos partidos que sintetizan uno y otro polo. Parece que la lógica lleva entonces a ubicar a UPyD en el centro, pero para eso tendríamos que haber ignorado interesadamente que la sociedad española es heterogénea y plural en muchos aspectos. El político no escapa a esa norma, y por ello hay que negarse a reducir el espectro de partidos a blanco o negro. Entre otras razones, porque siempre aparece algún listillo (el gris) que pretende dar el pelotazo. Esto es, a la postre, lo que marca las distancias entre UPyD y otros partidos minoritarios (IU, PA, Equo…), lo que permite dilucidar entre alternancia y alternativa.
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