La globalización acarrea una dialéctica entre “lo local” y “lo global”. Ambos se entrecruzan tejiendo una red de interconexiones e interdependencias, pero también ?y esto es quizá lo más importante? de responsabilidades mutuas. Los actos de los agentes globales (como la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional o el Estado español) influyen en la existencia y en el comportamiento de los actores en apariencia más débiles (en nuestro caso, el pueblo andaluz por medio de sus instituciones de autogobierno). Pero, de manera recíproca, la debilidad de estos últimos sujetos no es decisiva porque también “lo local”, cuando actúa solidariamente, tiene capacidad para transformar a los agentes globales y, a partir de ahí, la realidad. Las asimetrías de poder entre actores hegemónicos neoliberales y actores contrahegemónicos hacen necesaria la acción colectiva de estos últimos. Dada su situación, el pueblo andaluz debe contarse entre esos sujetos que abogan por el diálogo permanente que hace posible que las personas de distintos lugares geográficos y culturales comprendan y celebren sus diferencias a la vez que luchen por poner en marcha propósitos compartidos. En esto consiste el “nacionalismo universal” del que habló Blas Infante.
Pues es verdad que a los problemas globales han de seguir soluciones globales. Sin embargo, esto no puede implicar bajo ningún concepto una renuncia a la ampliación de horizontes y expectativas que la globalización ha despertado en la vida de las personas en relación a las consecuencias de sus acciones. En efecto, no todo es impotencia, y el conjunto de interrelaciones y responsabilidades mutuas desatado por la globalización hace que la construcción de alternativas a la crisis sea imposible sin la participación de los actores locales. Por otro lado, se habla del triunfo de la “economía global” y el “mercado único”, pero la idea de un “pueblo global” debe resultar impensable para toda fuerza izquierdista salvo que pretenda negar que las necesidades son tan diversas como las identidades de una población.
Lo que vengo a afirmar es que la libertad no es en modo alguno una cualidad natural, sino que se desenvuelve o limita en el seno de las relaciones sociales que disponen las estructuras e instituciones. Hoy son presas de la hegemonía neoliberal. Por ello, de no contribuir activamente y con voluntad propia, Andalucía pasará a ser un insignificante punto en el mapa destinado a agravar su atraso histórico con más atraso. Además, Andalucía defraudaría sin justificación alguna las esperanzas que otros actores contrahegemónicos (locales y globales) han depositado en su capacidad para plasmar racionalmente la voluntad popular en propuestas concretas.
En otras palabras, el pueblo andaluz debe ser coherente y actuar desde sí con tal de no perder en estos momentos tan cruciales su valor como protagonista histórico en aquello que le afecta y de lo cual dependen, a su vez, otros pueblos. Si se comprende que no tener poder es lo contrario a tener poder, los andaluces y andaluzas estarán a un paso de distinguir entre un poder neoliberal constituido y la necesidad de un poder propio, adherido a la corriente alterglobalizadora. Por estas razones urge el andalucismo. A priori su presencia en el Parlamento autonómico sería una buena respuesta en lo concerniente a expresión política de los andaluces ante un problema que, ciertamente, viene de afuera (la crisis económica). Pero el partido que represente esta opción debe estar conectado a una ideología que no espere la promoción de su propia nación y cultura a expensas de socavar las demás. Por ello, quien haya seguido mis argumentos sabrá ya que hay ciertos partidos, entre los que gozan de representación en el Parlamento y entre los que aspiran a ella, que escapan rotundamente a estos postulados.
De cara a las elecciones autonómicas, quienes se consideren andalucistas deben haber sentado el contenido y las hojas de ruta de su partido equilibrando la herencia de Blas Infante con las exigencias del siglo XXI (entre ellas, la quiebra ecológica). Un partido andalucista que cumpla con estas condiciones se erigirá como garante de la pluralidad política y la diversidad cultural del pueblo andaluz en el conjunto de España, nuestro marzo referencial más cercano. De lo contrario, los intereses de Andalucía seguirán difuminándose irremediablemente.
El andalucismo hace falta. Comoquiera que sea, el pueblo andaluz debe valerse de estas elecciones autonómicas para que su Parlamento adquiera un significado completamente nuevo, como inesperado actor ante la crisis que mire por sí y también por los demás que el 25 de marzo no podrán acudir a las urnas por ser de otros lugares. Será nuestra manera de arrimar el hombro.
Noticias de la Villa y su empresa editora Publimarkplus, S.L., no se hacen responsables de las opiniones realizadas por sus colaboradores, ni tiene porqué compartirlas necesariamente.






